Antonio Herraiz

DESDE EL ALTO TAJO

Antonio Herraiz


Campaneros

06/01/2023

Las campanas hablan. Es de las primeras cosas que, no hace tanto, aprendían los niños que vivían en el medio rural. Cada repique significa algo: desde el fallecimiento de un paisano a un incendio; si retrocedemos siglos atrás, podía suponer el aviso de la llegada de un invasor. Según sonaran las campanas, había que huir en una dirección o en otra. Su silencio también lo dice todo. Cuando en un pueblo dejan de sonar las campanas para siempre, o lo hacen de ciento a viento, es que ese lugar está sin vida. Es más significativo incluso que el cierre del colegio o la desaparición del último bar, que durante muchas décadas fue el único.
La mecanización de algunos campanarios ha hecho mucho daño a la conservación de este legado. De esa electrificación, que se expandió a partir de los años 80, se han librado aquellas zonas donde la vida no avanza, ni para bien, ni tampoco, como en este caso, para mal. También las que se esfuerzan por conservar la esencia de sus vidas. Eso ha permitido proteger el tañido manual, que no deja de ser una parte importante del patrimonio histórico español. Así lo ha entendido también la Unesco, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, que ha declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad el toque español de las campanas.
Como casi siempre ocurre cuando hay una declaración más general, hay zonas que se llevan el protagonismo por encima de otras. En Utrera, en Sevilla, hay cerca de 80 campaneros -incluidas dos mujeres- que se diferencian del resto porque saltan con el impulso del movimiento pendular de la propia campana. Alternan los saltos, asomándose al vacío, para acompasar el sonido que quieren dirigir a sus vecinos, cada uno con un lenguaje determinado. Son únicos y, cuando están arriba, a unos 40 metros de altura, se sienten como ángeles volando. En Albaida, Valencia, el toque manual de campanas es un ejemplo de «memoria, historia, tradición y comunicación». Un arte ancestral convertido a su vez en museo que recogen ocho siglos de hondo sentimiento. Allí las campanas no han dejado nunca de sonar desde 1248, según tienen recogido en los documentos más antiguos.
Además de estos dos municipios más significativos, la Unesco ha reconocido la tradición que mantienen campaneros de Palencia, de Zamora y de la provincia de Guadalajara. En esa lista aparece un pequeño pueblo de la comarca de Molina de Aragón de apenas 150 habitantes, que es una población generosa si miramos en derredor. Es Alustante, donde han conseguido conservar a lo largo de los siglos este medio de comunicación comunitario. Como garante contemporáneo de esta parte importante del paisaje sonoro de toda la comarca del Señorío está Diego Sanz, un joven campanero que ha documentado 16 toques de campana diferentes, de los que cinco se practican habitualmente: misa cotidiana, repique, clamores de adulto, rebato y bandeo. Diego me contaba no hace mucho que, entre los más curiosos, destaca el Tintilinublo, que introduce el aspecto mágico de las campanas para conjurar las tormentas de granizo. «El sacristán se subía al campanario para que las nubes se deshicieran o se apartaran del término». Es, sin duda, uno de los toques más extendidos en todas las comunidades rurales para salvar las cosechas.
La Unesco protege así nuestra memoria y la de los que vengan detrás. Ni Twitter, ni Facebook, ni TikTok, ni mucho menos Instagram. La red social más auténtica y viva durante siglos es el toque manual de las campanas, que forma parte del paisaje sonoro de nuestros pueblos y, en definitiva, de las vidas de quienes seguimos conectados al medio rural.

La Unesco ha declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad el toque español de las campanas, incluido el de Alustante, en la comarca de Molina de Aragón»