Recuerdo que en el Carnaval de 2020 se pudo ver por las calles más de un disfraz de coronavirus, una burla al Covid-19 a finales del mes de febrero que poco después se tornó en una pesadilla que todavía dura y que, ironías de la vida, se ha cargado la celebración del Carnaval de 2021. No habrá desfiles, ni bullicio, ni desenfreno -salvo los ‘listos’ de turno que hagan de su capa un sayo y se salten las normas establecidas-, pero en verdad llevamos casi un año carnavalesco, de chirigotas incesantes, desde la afirmación de Fernando Simón, allá por marzo de 2020, diciendo que la incidencia del Covid-19 sería mínima hasta la marcha del ministro de Sanidad, Salvador Illa, para buscar el asalto a la Presidencia de la Generalitat. 
Con infinitas canciones humorísticas nos deleitan los implicados en la lucha contra el coronavirus, pero con la llegada de las vacunas se desató la creatividad y parece que estuviésemos en el mismo Cádiz en un concurso de chirigotas, porque aquí no se libra ni Dios, con perdón, porque hasta un obispo se ‘coló’, en el orden establecido de vacunación, aunque no hay que cargar las tintas sólo contra el discípulo de Cristo, que también hay muchos políticos -algunos ya tuvieron la vergüenza de dimitir-. Con el añadido de que no llegan todas las vacunas acordadas con las farmacéuticas, el retraso en avanzar hacia la inmunidad, medidas que nos encierran en casa -sin establecimientos a los que ir, poco podemos salir-, pero que no nos confinan, porque eso impediría celebrar las elecciones catalanas en las que las encuestas dan buenos resultados a Illa y, por ende, al PSOE de Sánchez.
Somos la España de charanga, pandereta... y chirigota.