Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Néstor

11/09/2021

Resulta inquietante escribir artículos en el móvil -al dictado no he llegado; Néstor Luján   dejaba grabadas sus novelas y toda aventura gastronómica de noche valiéndose de un magnetófono; y, muy de mañana, cuando el maestro dormía, su fiel asistenta transcribía al papel las palabras grabadas de Néstor; llegaron a tal complicidad, que su asistenta adivinaba, por la entonación y la velocidad del habla, la manera de poner las comas, el punto y aparte, los paréntesis y los guiones; y había ocasiones en que Néstor se limitaba a un hallazgo (el modo de guisar la pularda, el fastidioso decir del libro de horas que recitaba la doncella, una silla de reitre hallada al descuido) que dictaba con parquedad, y se iba a dormir tranquilo, sabedor que su detalle lo ilustraría de largo su asistente, como el profesor que, al redactar las escuetas preguntas del examen, sabe que su brillante alumno las desarrollará con largueza. El móvil parece, de entrada, más que antipático para el brevísimo ensayo que es siempre una columna literaria, pero no lo es tanto con el teclado predictivo - como en el caso de Néstor concluye pronombres, adjetivos y tiempos verbales (no la puntuación ni las comas) y nuestro asistente aprende de manera infatigable hasta nuestro fetichismo de la palabra: sugiere el «procurar», el «remanecer» y hasta lo « transcripto»; aprende no como un deber; aprende como en profecía cada vez más inminente y barroca; el teclado predictivo es ya algo más: ha sumado tu adjetivación ( cuando lo fue afortunada) y va restando ( lo hace de grado y no de fuerza) vicios y recursos que uno esconde. Cuando la asistente de Néstor predecía lo que Luján ya había predicho (Néstor se iba a la cama sabedor que al despertar hallaría una veintena de cuartillas mecanografiadas que apenas habría de corregir) todo un mundo agitado había de ser aquietado en la complicidad vicaria de aquella mujer formidable y que, a su modo, era más severa con Néstor que el propio Néstor - difícil era distraerla o darle una vivaz gallina por pularda. Algo de esto pasa -ahora- cuando escribo de Néstor desde mi móvil y bien sujeto al teclado predictivo: qué suerte servir a la dulce asistenta y qué raro rendirse a un teclado.