Javier López-Galiacho

Javier López-Galiacho


Palmeras en el balcón

30/03/2021

No sé qué tienen estos domingos de Ramos que siempre los recuerdo con esa luz especial de los mejores días de la infancia y de la juventud. Y en ese invernadero del alma que son los recuerdos, cada Domingo de Ramos recupero un sol que reluce, una prenda para estrenar, una docena de pasteles y una palmera blanca ilicitana. Esta sociedad de quita y de pon, en la que estamos inmersos, ha borrado la magia de aquellos domingos de Ramos. Por lo menos de los que yo viví en el Albacete de los años 70 y 80. Recuerdo, como si fuera ayer, recibir entonces y sobre la 10 de la mañana, la llamada de mi abuela Margarita Paños, para recordarme que antes de la misa de las 11, me pasara por la sacristía de la Catedral para recoger las dos palmeras encargadas. En esa sacristía renacentista, reposaban sobre el suelo las dos palmeras de mi abuela. Al ponerlas en pie, su altura doblaba a la mía. Bellas, esbeltas y de esa palma blanca procedente del palmeral singular que alberga la vecina Elche. Tras donarle mil pesetas al sacristán, aquel Medrano de profesión pintor de brocha gorda, me sentaba en misa de 11 junto a mis hermanos, con las palmeras en horizontal sobre el reclinatorio del banco. Tras la lectura del Evangelio, los párrocos don Jaime y don Pedro, junto a los obispos don Ireneo o don Victorio, iniciaban una sencilla procesión por las calles y plazas aledañas de la Catedral, mientras los fieles blandíamos al aire las palmeras o las ramas de olivo, buscando en los balcones a los seres queridos (nuestros padres, la tía Julia). Por la tarde llevábamos las palmeras al domicilio de la abuela en la calle Mayor. Tras la merienda con pan de pueblo, vino y azúcar, traíamos recia cuerda comprada en La labradora para atar las palmeras en la reja, sobre el vuelo del viejo balcón. Allí se quedaban sujetas hasta la fiesta del Corpus en junio. «Abuela, ¿para qué las colgamos?», le preguntaba. «Son un testimonio público de la fe en Cristo y en la esperanza de resurrección», me decía. Ya no vemos palmeras en los balcones de España. Pero aquella palmera y su simbología, de fe y esperanza, están amarradas en mi corazón.