Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


El aula y el armario

09/09/2022

Se ha lanzado una campaña para que los docentes gais y lesbianas manifiesten su orientación sexual ante sus alumnos. No sé si la libertad de cátedra se extiende también a la libertad de declarar ante los chicos si se ha pasado la noche con un señor, con una señora o con una combinación de ambos, aunque quizás convendría no ironizar sobre el asunto, no sea que empiecen a llover las piedras. Y aun así me viene a la memoria la película «El sentido de la vida», en la que los Monty Python imaginan una clase de educación sexual en un colegio británico ultraconservador. El profesor, con su toga y su birrete, recaba la ayuda de su esposa y culmina un coito con ella ante la indiferencia de sus alumnos. No creo que lo que se le pide al profesorado español sea tan radical, pero me imagino la escena en que el profesor de inglés (pongamos por caso) anuncie ante la clase de 1º de ESO C que hoy no van a hablar del verbo «to be», sino sobre su preferencia por los morenazos de abultados bíceps. Al margen del cachondeo inicial, me imagino que muchos alumnos que se pensaban gais decidirían abrazar la heterosexualidad con tal de no parecerse al profesor de inglés. Más allá de la broma, sin embargo, me preocupa el grado de exigencia que se pretende imponer a los profesores. Ahora, además de cargar con toda la culpa del fracaso escolar y de arrostrar una carga enorme de burocracia inútil, se pretende que los docentes se conviertan también en «modelos de referencia» y en «vectores de sensibilización», lo que ni siquiera sé qué demonios significa. No dudo de la buena intención tras la campaña, pero creo que bastante tiene el docente con enseñar su materia lo mejor que sepa o le dejen, sin necesidad de que su vida privada se convierta en pasto de chismorreo de los alumnos y de sus familias.