José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Inanición anímica

11/11/2020

Los últimos avances tecnológicos, el sometimiento al capitalismo como único dogma y un nefasto individualismo han arrastrado a las sociedades económicamente más desahogadas a una búsqueda ansiosa por lograr un bienestar personal al que estamos enganchados, como drogodependientes, desde hace décadas. Hace ya tiempo que nuestras actuaciones en los ámbitos públicos y privados están encaminadas no tanto al bien común y a la protección de la comunidad como al cuidado y refuerzo de nuestros intereses personales. Lo que suponga un sacrificio molesto para uno no se aceptará, sobre todo si es para el bien de una sociedad que le desagrada y en la que no tiene fe.

Esta deshumanización se refleja en los niveles a los que ha caído nuestro umbral de resistencia y de resignación ante situaciones que hacen peligrar el bienestar general. Nos cuesta asumir un sacrificio que nos afecte personal y socialmente. Cuando en estos días se pide a los ciudadanos un confinamiento voluntario y una mayor responsabilidad para evitar los contagios, se admite a regañadientes, con desencanto, hastío y malestar. Lo han bautizado como «fatiga pandémica»; yo lo llamo «inanición anímica». Hace un siglo, la gripe se llevó por delante millones de vidas, pero nuestros antepasados salieron adelante con resignación y con la idea firme y serena de que el aislamiento voluntario, la austeridad y la ayuda desinteresada eran los únicos remedios para sobrevivir.

Nadie desea sufrir una enfermedad, pero debemos resignarnos ante el hecho de que ninguno estamos libre de padecerla. Asumir esta evidencia y sobrellevar con entereza sus consecuencias nos hace más humanos. La enfermedad es consustancial a nuestra existencia, a nuestra vida en comunidad, y ello debe animarnos a reflexionar sobre la práctica de virtudes como «la integridad, la gravedad, la resistencia al esfuerzo, la resignación ante el destino, la necesidad de pocas cosas, la benevolencia, la sencillez, la austeridad o la magnanimidad», en palabras de Marco Aurelio. Aunque no sean frecuentes, afanémonos por cultivarlas, y solo así saldremos más fuertes.