José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


23-F

24/02/2021

Son ya cuarenta años los que han caído como losetas desde aquel 23 de febrero de 1981. No fue un «intento de golpe de Estado» como aún siguen escribiendo algunos rotativos quizás como eufemismo de lo que realmente ocurrió; fue un golpe de Estado fallido que comenzó como un trueno ensordecedor y con la imposición de la ley marcial en todo el Estado y que se difuminó igual que un relámpago seco y lejano. Yo era un jovencísimo estudiante de Secundaria, y mi pubertad cargada de acné y de rebeldía solo alcanzaba a traducir la gravedad de los hechos en los rostros de ansiedad de mi familia y en la compra apresurada y angustiosa de latas y de embutido. Mis abuelos estaban convencidos de que la Historia se estaba repitiendo, de que el estado de sitio impuesto por los golpistas recordaba al que perpetró Franco desde África y que desembocó en una guerra civil. «Otra guerra, Dios mío, otra guerra. Ni se os ocurra salir de casa», nos ordenó mi abuelo.
Ocho años después, un día de 1989, tomé un autobús y viajé toda la noche, dormido, hasta llegar a Cádiz para visitar a una amiga. Me despertó una cálida y luminosa mañana otoñal del mes de octubre. Como su padre ejercía un alto rango de la Guardia Civil, fui amablemente invitado a alojarme en el Cuartel, como solía hacerse con algunos familiares. A los dos días de estar allí y en la víspera de la celebración del 12 de octubre, la familia me llevó a comer a su casa. Ahí conocí al padre, y hablamos toda la tarde sobre el 23-F y me ofreció datos que muchos conocen pero que no se atreven a publicar. Al día siguiente, tan solo unos pocos agentes de los más de doscientos reunidos en el patio del Cuartel de la Guardia Civil respondieron al «Viva el rey» preceptivo. Aquella vez            -al margen de las manifestaciones silenciosas a las que acudí para pedir el final de ETA- fue la única en la que he sentido, en un espacio público y abarrotado de personas, un silencio tan tenso, tan afilado de indignación contenida, un silencio que murmuraba acusaciones de traición. «La Historia es una mentira encuadernada», dijo Jardiel Poncela, porque casi nunca se conoce la verdad de los hechos ocurridos