Piensan no pocos socialistas con los que uno va hablando que la misión de Pedro Sánchez, si quiere entrar en las mejores páginas de la Historia como un aspirante a estadista, sería, me dijo un ex ministro sagaz, "avanzar rápidamente hacia 2019". Es decir, hacer que 2021 nos permita olvidar la tragedia que ha sido 2020. Fue, recuerde usted, precisamente el pasado marzo, que es mes de cuyos idus hay que cuidarse, cuando fuimos conscientes de nuestra desdicha sanitaria y de que la coalición gubernamental que se había formado dos meses antes no era sola ni precisamente una innovación progresista afortunada e inédita tras cuatro décadas de 'espíritu del 78'. Todo empezó, recuerde usted, aquel 8 de marzo, día de la mujer, con aquella manifestación. Y luego, lo del Rey emérito, expulsado del paraíso por su propio hijo. Y todo lo demás.
La verdad es que, cuando enfilamos el tercer mes del año 21, no vamos del todo bien hacia el futuro de 2019. Ni las vacunaciones --ni el 5 por ciento de la población ha sido inmunizada aún-- marchan al ritmo deseado, ni el Gobierno parece aclararse entre sus dos fracciones, creo que cada vez más enconadamente enfrentadas. El próximo 8-m, con dos tesis diferentes sobre qué es el feminismo conviviendo --es un decir-- en el equipo de Pedro Sánchez, tendremos una muestra de si la coalición, representada en la dualidad Carmen Calvo-Irene Montero más que en la de Sánchez-Iglesias, podrá o no sobrevivir toda la Legislatura. Que uno, digan lo que digan los portavoces oficiales, piensa que, así, no.
De la misma manera que esta semana podremos atisbar si, por fin, será posible un acercamiento entre la parte 'socialista' del Ejecutivo y el principal partido de la oposición, el PP. Tengo para mí que ambas partes volverán a reunirse para retomar el intento de pactar la reforma del poder judicial y dar la sensación a la ciudadanía de que la cordura 'oficial' no se ha perdido del todo. Pero ya veremos, porque la cordura y el sentido común no es que sean bienes que sobren precisamente entre nuestros representantes.
Y, claro, está el sempiterno tema catalán. Se supone que esta semana, tras un domingo lleno de incidentes que pudieran haber sido gravísimos en Barcelona --¡¡y todo por alguien como Pablo Hasél!!--, podremos al fin saber si en Cataluña habrá un Govern del todo independentista o solo en su mayor parte. Así están las cosas, mientras los barceloneses parecen más preocupados en saber quién ganará este próximo domingo las elecciones por la presidencia del Barça, que es más que un club, que por el nombre y los planes del próximo president de la Generalitat. Cuando los dioses quieren perder a los hombres, primero los ciegan.
2019 fue el último año de normalidad, cuando éramos felices y no lo sabíamos. Luego llegaron la coalición que quien la acabó formando no quería formar --oh, Dios mío--, la maldita pandemia, los confinamientos, la angustia, el desplome del PIB, de los valores del Ibex, de las tasas de empleo, las colas del hambre, todo lo que usted sabe y ha padecido, incluyendo la evaporación de una buena parte de la alegría que nos caracterizó un tiempo. Sabemos ahora que, o procedemos a vacunar a más de la mitad de la población antes del verano, o de nuevo se despeñará otra temporada turística y, con ella, la economía de España.
Supongo que, a estas alturas, Pedro Sánchez, en cuyas manos está emprender urgentemente ese avance hacia el año antepasado, es consciente de lo que todos nos estamos jugando si ahora repetimos 'otro 2020'. Y, entre lo urgente, está recuperar el prestigio exterior de España, tan dañado que el mundo nos mira --cuando al menos nos mira, que no es siempre-- 'ojiplático', tras piruetas tan surrealistas como forzar a la marcha 'voluntaria' a punto exótico del extranjero a quien fue el jefe del Estado durante casi cuarenta años. O tener en el Gobierno a un vicepresidente que también es, cuando menos, exótico. Y créame: lo exótico, ahora que de nuestro pensamiento se ha ido, a Dios gracias, Trump, ya no cotiza. Hacen falta tiempos nuevos, menos... ¿pintorescos?, con menos experimentos sin gaseosa. O sea, correr al punto de partida, hacia ese 2019 que era el pórtico hacia los que pensábamos otros 'felices años veinte' y que están resultando todo lo contrario.