La noticia es estremecedora, de alcance imprevisto todavía, y con el riesgo que supone de no saber exactamente si es perjudicial o benévola para el género humano, tan indefenso cuando quiere saber a qué atenerse con su destino en el espacio. A velocidades de vértigo y como en volandas instalado en el planeta Tierra que pisamos, giros y giros alrededor del Sol, por un camino circunscrito ya fijado. Una vuelta y otra vuelta completa y estamos en el mismo sitio. Han pasado doce meses, cumplimos otro año y así desde siempre, tal vez en el único viaje que no termina. O no sabemos cuándo. Y, tal vez por ese desconcierto personal, la Agencia Espacial Europea ha convocado plazas de futuros astronautas, en número muy reducido, para que sean ellos quienes investiguen más allá de las fronteras habituales del universo y nos digan qué razones hay para nuestra presencia entre tanto polvo de estrellas.
 Los aspirantes han tenido de plazo para presentarse hasta el día 28 de mayo último. Habrán hecho acopio de idiomas, con dominio de tres al menos, y con auténtico don de gentes para ser seleccionados. Y una situación médica de las llamadas envidiables, como de exposición, con pulmones recién estrenados, el corazón con toda su relojería en punto, y una analítica de sangre ajustada hasta los últimos decimales. Lo que se dice un cuerpo en perfecto estado de revista. Envidia de los ángeles, si se cruza alguno.
  Niños del mundo, los que todavía jugáis al escondite, que no haya miedo a si se pierde vuestra sonrisa. Porque mañana es pronto, con los últimos astronautas, para que empiece el día de las respuestas.