Juan Bravo

BAJO EL VOLCÁN

Juan Bravo


El león herido

09/11/2020

¿Se lo esperaba? ¿No se lo esperaba? Es posible que sí; es posible que no. De cualquier modo,  como buen jugador acostumbrado a ganar los envites más difíciles, en septiembre vio los cielos abiertos cuando le informaron que la jueza del Tribunal Supremo Ruth Bader acababa de fallecer. Dios estaba con él. Le faltó tiempo para nominar a Amy Coney Barnett e imponerla a toda prisa contra viento y marea. Era la jugada perfecta después de nombrar a Nel Gorsuch en 2017 y a Brett Kavanaugh al año siguiente. El trío de ases. Y lo advirtió, vaya que si lo advirtió con el descaro y la desfachatez de quien se cree el elegido: «Si no gano las elecciones, las impugnaré», y su quedó tan fresco. Ahora, lo que parecía una bravuconería más de las que nos tenía acostumbrados, vemos que no, que su cerebro lo tenía todo calculado, y que su demencial orgullo no podía tolerar ser vencido y menos aún por un vejete un tanto chocho llamado Joe Biden, falto de atractivos y de encantos de cara al elector.
Por eso, cuando la noche del pasado martes, tras unos comienzos halagüeños (y aún más cuando le dijeron que había ganado sin problemas la joya de la corona, o sea Florida), vio que las cosas empezaban a torcérsele, consciente de que los millones de votos por correo no auguraban nada bueno para él, el hombre del dedo acusador, Donald Trump, sin pizca de pudor, hizo la gran performance de su vida: salió ante las televisiones del mundo entero con gesto alterado y, sin más, se anunció ganador de los comicios, cuando faltaban millones de votos por escrutar y más de veinte estados por resolver, con la gravísima acusación de que sus adversarios demócratas estaban haciendo un fraude colosal. Intentó, abusando de su autoridad de un modo flagrante, que se dejaran de contabilizar los votos por correo, y, acto seguido, puso en acción su engranaje judicial (se habla nada menos que de 8.500 abogados) para impugnar sin pruebas el proceso electoral en los estados en los que él se consideraba ganador per se.
Había movido cielo y tierra para ganar (pues, como bien dijo, él era de los que jamás perdían. Él no había nacido para ser un loser), pero no contaba con la enorme cifra de ciudadanos estadounidenses que iban a votar demócrata, no por las cualidades que adornaban al ‘viejo Joe’, sino porque simplemente estaban más que hartos de él, de sus bravatas, de su insolencia de ricachón, de su vida nada ejemplar y de su populismo de vieja escuela (verlo abrazarse a la bandera y besarla la noche de autos era vergonzante, tanto como oír despotricar a su hijo Eric, lleno de ira, y horas más tarde a un irreconocible Juliani poniendo a los demócratas de chupa de dómine).
Y aquí estamos esta madrugada del viernes esperando que Biden consiga los diecisiete escaños que la faltan para alcanzar los imprescindibles 270, y con media docena de estados (Nevada, Pensilvania, Arizona, Wisconsin, Georgia y Carolina del Norte) entregados a un recuento de votos que hará época; demostrando al mundo hasta qué punto el país más avanzado del mundo tiene los engranajes enmohecidos.
Y mientras tanto, el hombre del dedo acusador, el emperador de Manhattan, como un niño mimado al que su madre le ha quitado la moto, bufa cual león herido de muerte, escupiendo su propio rencor, con el país fracturado como nunca había ocurrido, y sin que el Partido Republicano, su propio partido, diga esta boca es mía ante semejante bochorno. Es evidente que Trump pretende ganar tiempo y si puede, como sea, la batalla. El problema es que tanto a él, como a su hijo Eric, se les va demudando el rostro, lo cual es harto significativo, en una familia que viene mezclando la política con la finanza de un modo harto sospechoso (recordemos que el personaje tiene varias causas pendientes con la Justicia). El problema de estos demagogos sin pizca de vergüenza (en España sufrimos, en menor escala, a Gil y Gil) son las dentelladas traicioneras que pueden dar con tal de salvarse o salirse con la suya, que, a fin de cuentas es a lo único que aspiran. ¡Menudo futuro!