Siempre sentí admiración por mis maestros. Severiano Landete en la EGB de los Salesianos. Alfonso Santamaría en la historia del arte en COU. Los catedráticos de Derecho Civil, Pérez de Vargas o Albaladejo, en la carrera y en el doctorado. Los veía en el encerado y me decía: “algún día estaré ahí”. Acabé Derecho y diversas circunstancias me empujaron a confinarme para ser notario. Pero mi personalidad, poliédrica y en acción, casaba mal con el atracón de años encerrado en una habitación. Una tarde, en el desaparecido Cine Cristal, quedé epatado por el profesor John Keating de El Club de los poetas muertos: inspirador, inconformista y libre pensador. Salí conmovido del cine. En mi cabeza rondaba esa escena inicial de la película, cuando Keating se lleva a los chicos a la galería de fotos de los exalumnos del Colegio Welton, aquellos que fueron jóvenes como ellos. “Un día dejaremos de respirar, se detendrá el corazón y moriremos. ‘Carpe diem’. Aprovechen el día. Hagan de su vida algo extraordinario”, les conmina Keating. Aquella noche dejé la oposición e inicié mi carrera como profesor universitario, de la que voy a cumplir 30 años. Conozco todas sus caras. Desde la endogamia hasta la envidia. Y también lo mejor, esos cientos de alumnos que han pasado por mis clases. Este tiempo de pandemia ha cerrado el aula presencial y nos ha empujado, sin preparación alguna, a profesores y a alumnos a la educación on line. El maestro ha quedado restringido a un filtrador de contenidos que lanza por una mirilla del ordenador, perdiendo el contacto visual con un alumno, que suponemos que está ahí, pues solo hay silencio. La clase necesita escenario y presencialidad. La clase no se da: se representa y se escenifica, con los alumnos sentados en el aula como en un teatro griego. El profesor Zoom (plataforma de conferencias on line) ha sacado plaza interina desde marzo en todos los colegios, institutos, universidades y escuelas de negocio. Deseo fervientemente que en septiembre no le renueven y regrese el profesor Keating.