El de Pedro Sánchez corre el peligro de pasar a la Historia como «el Gobierno de la entrepierna». Es lamentable que a la ministra Irene Montero no le preocupen otras cosas que las que afectan a las relaciones sexuales de las españolas y los españoles, que también forman parte de la realidad de la vida, pero no hasta el punto de convertirse en el caballo de batalla de quienes decían que llegaban a la política para servir al pueblo. Porque el pueblo, ese que dice amar tanto el partido de Pablo Iglesias, tiene algo más de qué preocuparse que de los calzoncillos y las bragas.
Ya decía Sánchez que con Iglesias en el Gobierno «no podría dormir tranquilo», pese a lo cual no tuvo inconveniente en meterlo de hoz y coz en su equipo gubernamental. Pero se da el caso de que Pablo, Pablito, Pablete se sentó en el Consejo de Ministros y don Sánchez continuó gobernando, cabezada va y cabezada viene, mientras duró el de la coleta, que ahora -fuera del Gobierno- se ha pelado y se peina a lo garçon. 
Lo que pasa es que el podemita dejó en herencia su sillón gubernamental a su señora -todo queda en casa- doña Irene Montero, que se mueve más que un saco de moscas, con un histrionismo digno de mejor causa, en los aledaños de la política, preocupadísima por la vida sexual de los «jóvenes y jóvenas» de este pobre país.
Don Pedro lo está pasando fatal con la recua que se dejó tras de sí Iglesias a su marcha, pero, claro, se tiene que aguantar porque sin ella seguir ostentando el poder sería algo muy problemático. Mientras tanto, los asuntos de la bragueta continúan acaparando la actualidad del país, y los problemas reales de los ciudadanos españoles que esperen. Doña Irene, irascible y persistente ella, continúa empeñada en convertir España en un patio de monipodio. ¡Faltaría más…!