José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Funcionarios

31/03/2021

Sin intención de caer en generalizaciones fáciles, el funcionario es un animal enfermo. Pero un enfermo solo contra sus colegas. No pongo en tela de juicio la profesionalidad en el ejercicio de sus tareas; digo que hay funcionarios enfermos -por este orden de causalidad- de hastío, de crispación, de enemistad, de envidia, de ira y de traición, y como su epidemia es incurable, esta inmoralidad la ejerce, de manera voluntaria o involuntaria, contra sus correspondientes. En el mismo instante en que alguien pasa a formar parte de este cuerpo y cae en un lugar contaminado queda contagiado por esta negrura corrupta. El funcionario es la criatura más perfecta de la maquinaria administrativa al modelarlo en inquisidor de su propio compañero, y el Estado, sabedor de ello, se interesa en tenerlo contento facilitándole un plato de pienso al día y, de vez en vez, tirándole un par de huesos para que se distraiga y salive mientras los roe.
Estos funcionarios son el agente transmisor de esta enfermedad que nace en la sociedad en la que desempeñan su trabajo. El funcionario -se ha dicho desde siempre por aquellos que no lo han sido- es un lento, un flojo; un gandul que suele llegar tarde al trabajo; un incompetente que se tumba a la bartola porque tiene asegurado un sueldo; un mal ejemplo para la sociedad; un nefasto educador; un corrupto; un cara y un aprovechado; un bien pagado y mejor vacacionado; un matasanos; un sinvergüenza. Esta violencia denigrante ha ido abultándose y creciéndose como levadura al calor del paso del tiempo hasta adquirir una gravedad cancerosa dentro del tejido social. El trabajador público es víctima de esta tumoración y, a su vez, agresor contra sí mismo.
En una colmena de funcionarios enfermos, estos ejercen de inquisidores contra sus compañeros controlando los movimientos, vigilando acciones, alzando el dedo acusatorio para censurar comportamientos, levantando murmuraciones capciosas y colgando sambenitos que el damnificado no podrá borrar ni aun después de muerto. Los hay: hay funcionarios contagiados por la fetidez de la sociedad enfermiza en la que se desenvuelven como especie. Y no tienen cura.