Adiós agosto luminoso, días eternos, noches estrelladas por las perseidas, caras desmaquilladas teñidas del paso del tiempo, melenas salvajes sujetadas con coletas improvisadas, paseos madrugadores y charlas trasnochadoras. Hasta pronto baños al sol, chapuzones escandalosos con la risa de los niños como banda sonora, arena en las plantas de mis pies y ojos cerrados mientras la brisa del mar me cuenta sus secretos. Hasta el próximo año reencuentros de amistades férreas, abrazos robados a la precaución, jornadas sin reloj y con el móvil guardando la distancia de seguridad. Hasta luego mes del recreo, que como todos los recreos, te antojas corto.
Hola, septiembre sereno, portador de la rutina encorsetada y sanadora, te presentas tocando el silbato y llamándonos al orden, a la fila, al silencio, al horario, a la agenda, a las citas y los plazos.  Qué tal vaqueros apretados escandalizados por un cuerpo relajado que se niega a volver a ser prisionero de una corbata o unos tacones que pisan de nuevo las prisas de lunes a viernes. Buenos días, maletas cerradas, guardadoras de momentos irrepetibles, de bañadores sobradamente amortizados, de prendas ligeras de colores claros y de recuerdos que atesoro para deleitarme con ellos en horas bajas y frías, y que me dibujan esa sonrisa que me hace parecer tonta en medio de la multitud. 
Bienvenido color naranja de un otoño lacónico y bohemio, protagonista de fotos que poco necesitan para ser bellas, el naranja sin filtros, el de todos los años.