Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


El despertar

05/05/2021

Lo ocurrido en las elecciones madrileñas nos pone ante la necesidad ineludible del desperezamiento. La ‘fiesta de la democracia’ ha sido apoteósica con unos niveles de decibelios inauditos. La sociedad ha quedado absolutamente fragmentada, no solamente entre los de la derecha y la izquierda, esta vez aupados al viejo relato de  anticomunistas y antifascistas. Aunque me parece incluso más ilustrativa, y en el fondo más gratificante, la división evidente entre los que han decidido seguir el juego y los que no lo han podido soportar. A la larga esta última división, aunque menos épica y entretenida, deja algún hilo de esperanza.
Los que han terminado hartos y hasta asqueados, que se encuentran diseminados en todos los espacios políticos, son los que  ahora se pueden ahorrar el despertar postelectoral porque nunca se han dormido con la droga adictiva de la política efectista de consumo rápido. Han sido conscientes de que lo que ha ocurrido en Madrid  durante estas semanas no dejaba de tener características de ensueño, como una suerte de apósito colocado sobre una realidad tozuda que nos sigue esperando a la vuelta de todos los festejos y las evasiones mitineras y vociferantes.
Lo más positivo es que la vacunación avanza y gracias a un sistema sanitario que se extiende eficaz por todo el territorio nacional en forma de miles de centros de salud conseguiremos que, si hay un suministro de vacunas suficiente, a la vuelta del verano tengamos un porcentaje ya muy significativo de población vacunada, y al finalizar el mes de  mayo quizá a todos los mayores de sesenta años, los más vulnerables, los que más han sufrido y más muertes han padecido.
Cuando la vacunación nos proporcione la ansiada inmunidad de rebaño, nos seguirá esperando sin resolver el carajal político y económico, con un país que saldrá de la pesadilla mucho más dividido y desnortado, sin posibilidades de acuerdos transversales, sin líderes capaces de gobernar desde esa centralidad reclamada brillantemente por Felipe González la semana pasada. La centralidad no es ser un centrista, no necesariamente, es saber ver el amplio espectro de sensibilidades e intereses sobre los que uno gobierna, sea del partido que sea. No es fácil verlo si decidimos que la política hay que encasillarla de nuevo en un relato inútil de extremos.
Nuestras instituciones no viven su mejor momento. El CGPJ se ha convertido en un espacio lleno de telarañas sin que a nadie se le ocurra una reforma valiente que le quite el poder al manoseo partidista. Si las instituciones fallan el país se resentirá gravemente. La Corona aguante el tipo gracias a un heredero impoluto que tiene que caminar con la mochila heredada, cargada de comportamientos abrasivos de anterior titular en su fase menos esplendorosa y de la consiguiente decepción de una buena parte de los españoles. Es como si todo diera un poco igual, como si las instituciones se hubieran convertido en un juguete al servicio de los intereses partidistas.