Ante la hoya de grillos en que ha degenerado la política de este país nuestro, a uno se le alcanza que quizás la Constitución necesita un repaso a fondo si queremos evitar que aquello de «el que manda, manda y cartuchera al cañón» que se le escapaba a Fraga cuando se le calentaba la boca. La Ley de Leyes fue configurada recién finalizado el franquismo, que ostentó el poder durante un período de tiempo demasiado largo y, por tanto, había dejado en la política española vicios, normas y apaños propios de las dictaduras.
La Constitución manejada por gobiernos, formados en ocasiones por formaciones políticas tan distintas en sus ideas, conceptos y programas como en la actualidad, queda reducida a lo que llamaría aquel famoso político del franquismo a una «trampa saducea». Y lo que es más, uno tiene la sensación de que está siendo utilizada como arma arrojadiza sin el mínimo decoro. Porque en puridad conceptual, dígaseme que tiene que ver el Partido Socialista que fundara Pablo Iglesias y con el que Felipe González gobernó parte importante de la transición, con el manejado ahora por Pedro Sánchez. Muy poco o casi nada. Y menos todavía aliado con una excrecencia política tan garrula como la de doña Irene, manejada desde los aledaños por Pablo Iglesias.
Los españoles del siglo XXI necesitamos una nueva Constitución que aporte soluciones a los nuevos problemas actuales que no son los mismos, y en ocasiones ni siquiera parecidos, a los existentes en el país a la muerte del dictador que dio paso a la restauración de la democracia. Por eso sería bueno que una nueva Constitución rigiera los destinos de esta España y delimitara las libertades de los españoles en este siglo XXI en el que tantas cosas han cambiado. Unas para bien y otras no tanto…