Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El festín

06/03/2021

El Génesis enseña que rematada el día sexto toda la obra, descansó Dios el séptimo de cuanto hiciera. El mundo y su tráfago al menos habría de pararse un día a la semana -y en esa parada habría tiempo para meditar y lamentarse, también para rehacerse y sentir gratitud por estar vivo-. Todo mundo tiene sus descansos -lo tiene la ópera en su intermezzo; la novela en sus capítulos y hasta la matemática en descanso activo para los escolares-. Pero hay un mundo que no descansa. La abogada de Pablo Hasél ha justificado el terrorismo («ETA tuvo que luchar con los medios que le dejaron») y hay todo un magma en ese mundo que enseña lo bonancible de intervenir la prensa libre, reducir el mercado hasta la ruina, minorar a los magistrados como fontaneros del poder -y todo ello sin descanso-. Lo dijo una vez muy bien un ministro de Justicia, que «proseguimos nosotros la guerra que nuestros padres perdieron contra los hijos de los que la ganaron» -lo dijo en una cacería que le costó la cartera (cacería, alegoría moral) bebiendo de la copa de Baltasar; no sólo la señora Delgado bebe de la copa de Baltasar de Babilonia, también lo hacen aquellos que jamás descansan-. Que las facultades de Derecho y Ciencias Políticas procuren este ambiente resulta paradójico (son hoy facultades paupérrimas sin catedráticos de renombre amigas de la molicie y en descanso perpetuo) aunque dispensen un relato moral inquietante: el gran consuelo del otro es que la obediencia le redime: al obedecer no cometemos falta. Todo ese mundo incansable tiene sus gradaciones, su oceánica perversidad, también sus orillas desordenadas y «ranteristas» -to rant: vociferar con furia- como se ha visto en los disturbios en Cataluña. Los bizantinos destruyeron Roma -y no los bárbaros; Constancio II despojó a Roma de toda estatua, rejas y techos de bronce, hasta el plomo que impedía el paso del agua de lluvia; el botín colmó su monedero- y a cambio nos dejaron, ocurre en todo despojo, el pecado original. Contra esos pecadores que arrastran los pecados de sus padres nació un mundo que jamás descansa -mediocre, a excepción de los llamados al festín de Baltasar-.