El escritor italiano Antonio Scurati señala en su magnífico libro sobre el nacimiento y la implantación del fascismo de Mussolini en la Italia de las primeras décadas del pasado siglo que no se puede vivir todos los días con un apocalipsis  en el horizonte. Casi un siglo después, las hordas agresivas y populistas, anuncian ese apocalipsis que ellos, lanzándose contra los sistemas democráticos como si fueran los causantes del anunciado caos, no solo toman las calles sino que asaltan las sedes y los símbolos más representativos de las instituciones democráticas. Estábamos advertidos, pero la han vuelto a realizar, ahora en Brasil, de nuevo las hordas antidemocráticas rechazan el veredicto de las urnas e intentan desestabilizar la voz del pueblo soberano.
El patriotismo utilizado a conveniencia, las ideas sagradas y valores eternos aderezados con los intereses de los de siempre se adaptan torticeramente  e incitan a lanzar a las masas hacia provocaciones claramente premeditadas abriendo la caja de los truenos y los miedos ante los finales catastróficos que nos anuncian al tiempo que arremeten con todo aquello que entorpece sus objetivos que pasan siempre por hundir la democracia usando, eso sí, las propias herramientas democráticas. Las hordas arremeten con furia ante lo establecido, siempre que no sea lo que ellos establezcan de forma totalitaria, pues eso es lo que quieren imponer a los demás, arrasar hasta dejar un erial inerte y bajar hasta él las miserias totalitarias para convertir el fascismo en un destino imperial superior y supremo, que es lo que se pretende. Lo de Brasil ha sido un nuevo aviso, uno más, y que deberíamos tomar muy en serio.