Antonio García

Antonio García


Ilustres

02/01/2023

Ha provocado gran revuelo que Díaz Ayuso haya sido nombrada alumna ilustre de la Universidad Complutense. La lupa sobre la presidenta ha dejado en un segundo plano el nombre de otras personalidades (entre ellas, Pérez Reverte) también beneficiadas del mismo tratamiento. Todas las críticas que ha suscitado este nombramiento se caen por su peso a poco que uno se ilustre sobre el significado de dicho término. Descartada la primera acepción, que se refiera a la prosapia, no hay duda de que es la segunda («célebre») la que debe orientar nuestra perplejidad. En este sentido, el tratamiento está muy bien adjudicado, e incluso se queda corto, pues pocas mujeres hay en España más célebres que Ayuso. Es cierto que a esa celebridad debería acompañarle algún mérito, aunque no sea requisito indispensable, a no ser que se estime como mérito precisamente el de ser ilustre, mordiéndole la cola a la pescadilla. El rectorado de la universidad considera que basta con hacerse un nombre para alcanzar estatus de ilustre, y el nombre puede dárselo a uno un cargo o vender muchos libros, minimizando el hecho de que durante ese cargo se perpetren chapuzas o los libros sean igualmente chapuceros. Entre los cientos de universitarios, solo unos pocos escapan del rebaño de la mediocridad o la discreción y terminan saliendo en la tele.  A ellos les reserva la universidad el título de ilustres, un punto por debajo del doctorado honoris causa. De mi promoción solo conozco que se haya hecho ilustre Ángel Antonio Herrera, que hoy brilla como tertuliano. Cuando había ilustración en España, no faltaban ilustres que iluminaban con su precario candil el solar patrio; en tiempos menesterosos, opacos, debemos conformarnos con famosos, rodeados de luz artificial que proporcionan las cámaras.

ARCHIVADO EN: España, Libros