Fernando Fuentes

Fernando Fuentes


Olas

03/08/2021

La quinta ola parece perder su cresta botellonera y juvenil para dar paso a no sabemos qué. Ahora más que nunca el mañana es un mar de dudas. Contar olas es algo tan bello como absurdo. No cesan, como el rayo. Nunca se acaban. Ni de noche. Y no hay dos iguales. Como las de esta pandemia. Y es que, quizá, nuestra vida no se diferencia mucho de una epidemia permanente en la que, a caprichosas oleadas, se suceden alegría y penas en nuestra orilla. Desde la arena del día vemos como la vida va pasando, con sus olas buenas y malas, hasta caer una tarde que promete una noche con fin feliz asegurado. Y es que la muerte, tras el contratiempo que puede suponer su primera noticia, es sinónimo de descanso. Unas vacaciones eternas con pulsera de todo incluido. Desteta el ferragosto y al que firma le apetece olvidarse unos días de lo cotidiano -y le acompaña inexorablemente cada semana en esta columna- para distraer al santo lector con otra cosa. Algo más estival y liviano, quizá menos mundano. Hasta frívolo, si es posible. Y entonces miro a mi alrededor y solo veo olas. Oleajes marinos que solamente entretienen a tontos y a estetas. E interminables maretazos de infección de Covid-19 sobre las que seguimos surfeando sin mucha destreza. Empezando a salir de la quinta, ya nos anuncian la sexta. Será para septiembre, cuando empiecen los coles. Se ve venir, dicen. Solo el buen ritmo de vacunación conseguirá que este nuevo cabrilleo apenas nos salpique. Ya veremos. La vida en pandemia es lo que tiene. No sabe uno a lo que se enfrenta. Como cuando salimos a nadar al mar. O a vivir cada día. Y es que nada es tan nuevo. Ni tan raro. A lo mejor siempre hemos vivido en pandemia y no nos habíamos dado cuenta. Y, a lo peor, vamos a seguir así para siempre y no nos lo quieren decir. Da igual, ya nadie se cree nada.  Nos han mentido tanto que ni ellos ya son capaces de discernir lo impostado de lo real. Llegados a este punto, lo más recomendable es vivir al día la ola que nos toca. Y sonreír al atardecer cuando tachamos la fecha en el calendario, tras contarlos a todos en casa. Entonces nos acostamos agotados, pero felices. Pensando en cómo será la oleada del día siguiente. Y si seremos capaces de superar su golpazo espumoso o nos arrastrará con ella al fondo del mar. O al mismo abismo de la pandemia. No me hagan caso, contar olas es bueno y bonito. Ahora más que nunca.

ARCHIVADO EN: Pandemia, COVID-19