Madrid es la ciudad que todos apetecen en tiempo de elecciones. Y no porque sus habitantes aseguren que de ahí se sube al cielo; sino también porque los políticos están muy convencidos de que es la antesala del poder, lugar donde más brilla la gloria de este mundo y epicentro de todos los parabienes culturales, de diversión y de turismo. Ciudad abierta y hospitalaria, con sus millones de habitantes y museos, su historia y sus leyendas, sus estaciones de trenes en los que vamos y venimos, sus campos de fútbol que resuenan a escala nacional y su aeropuerto, su universidad tan bien sembrada de raíces intelectuales, con su plaza de toros cuando es preciso. Sus cafés literarios y si alguien sabe la acera de la Gran Vía por donde paseaba con algún alumno el maestro de España José Ortega y Gasset. Madrid de todos los encantos, pero ¡ay!, también en manos de los políticos.
Tiempo de elecciones autonómicas y son varios los aspirantes a presidir la Comunidad de Madrid. Cada uno con sus artes y en contra de su rival político, con dedicación exclusiva a la destrucción de cualquier programa ajeno, en vez de defender el propio. Y con lenguaje que recuerda nuestra última guerra civil, ya tan lejos. Hasta que desaparezcan de la esfera política aquellos que la perdieron y ahora quieren ganarla. Con la facilidad que se vence siempre a un enemigo muerto.
  Decididamente, la villa de Madrid es un lugar de todos los españoles, porque manda la Constitución (artículo 5) que sea capital del Estado. Y deberíamos poder votar todos en sus elecciones autonómicas, por ser nuestro segundo lugar de empadronamiento.