Antonio García

Antonio García


Las uñas

06/02/2023

En el suplemento de moda de El País venía un reportaje explicando por qué los hombres se comen las uñas más que las mujeres. Lo leí no porque me interesara el motivo de la desigualdad, sino por averiguar por qué me las como yo. El documento no aportó nada que no supiera. Soy un aburrido, un ansioso y un frustrado. De chicos nos comemos las uñas compulsivamente, y ese consumo decrece con la madurez. Solo un 20 por ciento de adultos persiste en ese hábito malsano llamado onicofagia, y resulta que me encuentro entre esa ilustre minoría de tipos que no han sabido resolver sus frustraciones. En mi descarga puedo argüir que soy selectivo en la mutilación, y siempre perdono algún dedo, cuya uña rebelde posibilita que me alivie los picores (otro síntoma de ansiedad). Los psicólogos atribuyen la descompensación entre hombres y mujeres a una cuestión de estética: ellas se preocupan más por el cuidado personal, por la estética, y de ello obtengo otro dato para completar mi perfil: además de ansioso y frustrado soy un dejado, un antiesteta, un asqueroso. Con poca fortuna ya he pasado por los tratamientos más populares para quitarme del vicio: la aplicación de esmaltes amargos y el uso de tiritas; comprobada su ineficacia, ya solo me queda el definitivo, que es la consulta al psicólogo. Puesto que ya conozco las causas (ansiedad) y el remedio (no comérmelas), prefiero aplicarme técnicas naturales, que en mi caso son la lectura y la escritura. El tiempo que dedico a la lectura mis uñas quedan indultadas, y durante la redacción de este artículo no me he llevado una sola vez los dedos a la boca.