Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Ladridos

09/07/2021

Estoy pasando unas semanas de reclusión rural para terminar un libro que me tiene ocupado desde hace unos meses. De vez en cuando, cuando el trabajo se lo permite, mi mujer acude a comprobar cuánto me han crecido el pelo y las uñas, así como mi estado de higiene en general. Pero la mayoría de los días la única compañía que tengo es la de mi perro, un pequeño bichón maltés de siete años llamado Frankie. Cuando era más joven, Frankie era un animalito muy dulce y apacible. Luego comenzó a ladrar más de la cuenta. Ahora alterna los ladridos con gruñidos amenazantes cuando algo le asusta o le incomoda. Si oye ruidos en el exterior, ladra. Si se aburre y quiere llamar mi atención para que juegue con él, se planta ante mí y gruñe. Y cuando eso no funciona, ladra como un descosido. Si su comida tarda más de la cuenta en salir del microondas, ladra. Si está dormido panza arriba y lo molesto de alguna manera (por ejemplo, acariciándole la barriguita), gruñe y me enseña los dientes. Mi mujer afirma que este comportamiento un tanto agresivo se debe a su carácter dominante, y que se habría solucionado haciéndolo castrar cuando era pequeño. He notado que las mujeres suelen atribuir cualquier conducta masculina que no les agrada a las gónadas, y que la solución propuesta suele pasar por el empleo del cuchillo. Yo pienso que no todos los comportamientos pueden explicarse atendiendo al exceso de hormonas, y así trato de razonárselo a mi mujer para intentar salvaguardar los cataplines del perrito. Quizás lo que le ocurre a Frankie es lo que nos ocurre a muchos, y es que el mundo cada vez le parece más enojoso y estúpido, y así trata de manifestarlo para que estemos informados.