Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


Pandemia blanca

11/01/2021

Mientras leo Memoria de la nieve, de Julio Llamazares, detrás de mi ventana el campo gris del invierno se va volviendo blanco. «Mi memoria es la memoria de la nieve», dice el poeta, y mientras sus versos viajan como luces interiores por mis venas, recuerdo que mi memoria es la memoria del calor, de cardos hiriendo su color púrpura con los dedos del cielo, o la memoria del frío, de la escarcha cubriendo el cerro y la llanura seca. 
Donde vivo apenas nieva. Por ello mi memoria de la nieve es un día lejano de la infancia deslumbrado y feliz. Es un muñeco de nieve con una zanahoria sucia, una sonrisa boba y 10 botones decorando una panza enorme y unos ojos pequeños y oscuros. Así como el coronel Aureliano Buendía de García Márquez, frente al pelotón de fusilamiento, recordó una tarde remota en la que su padre le llevó a conocer el hielo, en las escasas veces que nieva por aquí regresa la vieja nieve confundiendo su belleza con la nueva.
Pero esta vez es distinto. La pertinaz nevada es otra voz de la naturaleza que golpea nuestra débil esencia humana. Como escribe mi compadre Manuel Villanueva en El correcaminos gastronómico, en NIUS, «la naturaleza, como la vida, hace lo que quiere y marca nuestro destino, dicta otra pandemia blanca que nos tumba, nos confina, también a nuestro pesar». 
Lo inesperado derrota nuestro asombro. Lo excepcional a grandes dosis domestica nuestro paladar y nuestro estómago. Ya solo falta que cualquier día aparezca una inmensa nave extraterrestre por el cielo, y que en los diversos medios comiencen el interminable debate sobre si vienen con pinturas de guerra o en son de paz. Visto que la distopía ha dado un salto de la ciencia ficción al drama, cualquier historia ahora mismo es posible. 
La variedad de noticias ha desaparecido. Vivimos un empacho informativo que sucede a otro empacho informativo. La pandemia y sus derivados (confinamiento, desescalada, vacuna…), el Rey, el Capitolio, la nieve. Nuestro cerebro, martilleado hasta la extenuación, recibe una y otra vez los mismos impactos. Se pierde en la esclerosis de una palabra y sus derivados. Amansa su pólvora neuronal perdido en el laberinto de una misma escena que, como Bill Murray en el Día de la Marmota, del filme Atrapado en el tiempo, cuando se acaba comienza otra vez.
Por primera vez he visto la nieve, y no he podido recordar a gusto, no he podido gozar mi bella melancolía. Por primera vez la belleza de la nieve se ha comprimido en otro dolor. Por primera vez mi canto blanco murmura soledad, y digo con el poeta: «Solo estoy (…) como un toro de nieve que brama a las estrellas».