Javier López

NUEVO SURCO

Javier López


El sacristán

01/02/2023

La figura del sacristán me parece entrañable, además de un reclamo habitual de nuestra cultura que está impregnada, se quiera o no, de catolicismo por los cuatro costados. En España los sacristanes son como las campanas del campanario y como las procesiones de Semana Santa, al sacristán le acaba conociendo y saludando todo el pueblo o todo el barrio, aunque el personal vaya cada vez menos a misa. Cuando era pequeño me solía quedar embobado observando a los sacristanes moviéndose por el altar, tan pendientes de cada gesto del sacerdote oficiante, tan atentos a cualquier detalle, tan pulcros en su forma de coger las cosas sagradas. Luego, cuando fui monaguillo, el sacristán se convirtió en un hombre de confianza al que se le contaban los pecadillos que uno no se atrevía a contarle al cura en el confesionario o al que se le confesaba ruborizado que sin darte cuenta habías tocado la parte interior del copón donde se guardan las Hostias consagradas, aquello que solamente podía servir de receptáculo de Nuestro Señor  y solamente podía ser tocado por las manos del sacerdote. El sacristán amonestaba: «Sabes que eso no puede ser, ahí no se toca, es sagrado, ten cuidado la próxima vez y confiesatelo». Pero lo mejor era cuando te enseñaba a tocar las campanas, y cada toque para lo que servía: para misa de ordinario, para misa mayor, o para muerto, boda o incendio.
Evocaba todos estos recuerdos tras el brutal asesinato del sacristán de Algeciras, Diego Valencia, y me lo imaginaba con su cura y sus monaguillos como a el sacristán de mi infancia monaguillesca, pero en el caso de Diego, lejos ya de los anclajes de la memoria más infantiles y entrañables, hay que analizar el contexto en el que nos está ocurriendo esto, y lo que es peor, que pueda seguir ocurriendo. Porque no es la primera vez que los yihadistas atacan objetivos religiosos en occidente, ya han asesinado a unos cuantos sacerdotes mientras oficiaban la misa, pero lo peor es quitar hierro al asunto y empeñarse en negar lo obvio cuando lo primero que declaró el asesino, Yasin Kanza, repitiendo la frase a modo de letanía fue: «Lo merecían, la auténtica fe es Alá». ¿Por qué ese empeño en negar el móvil religioso?  En algunas publicaciones había que desplazarse hasta el tercer o cuarto párrafo para enterarse que el asesino era de nacionalidad marroquí y que profería gritos de guerra santa. No nos hacemos un favor así. Porque si loable es no generalizar y sacar todo lo positivo que pueda haber en todas las culturas, más aún en un país tan mestizo como el nuestro y con un componente árabe evidente, es absurdo negar que hay una religión, y solamente una a día de hoy, que da cobertura al asesinato en nombre de Dios, al maltrato a la mujer y a otro tipo de barbaridades incompatible con cualquier derecho humano.
Por supuesto que hay marroquíes estupendos que conviven y trabajan entre nosotros, conozco a varios, pero conviene no olvidar que actualmente hay cristianos muy hipócritas, malsanos y depravados, como también budistas, judíos o hindúes, pero ninguno tiene en su carta de derechos admitido el terrorismo o el asesinato en nombre de no sé qué dios. Y claro que hay interpretaciones del Islam que se oponen a estas tendencias, y hasta hay mujeres islámicas que reivindican el feminismo, pero no es lo que predomina, y conviene no engañarse aunque tengamos la esperanza de que ocurrirá con el tiempo.
También es cierto que al margen de las atrocidades que haya podido proclamar o justificar la Iglesia Católica a lo largo de los siglos, es imposible encontrar en la fuente inspiradora y genuina del cristianismo, los evangelios, nada que empuje a la violencia o al maltrato, y no tengo tan claro que esto sea así en las fuentes primarias del  Islam que para adaptarse a la sociedad democrática tiene que hacer un esfuerzo de reinterpretación muchísimo mayor.
Pedro Sánchez decía al hilo de la muerte de nuestro sacristán que «si España es algo, es un país de tolerancia y respeto». Y sí, España es eso, y que sea así por mucho tiempo, pero es algo más: es el único país del mundo donde el Islam estuvo presente ocho siglos en algunos de sus territorios y luego dejó de estarlo, lo que se llamó la Reconquista, y eso marca una impronta que aunque nosotros, tan desconectados de nuestra historia, no lo queremos ver, ellos sí lo ven, y puede que algo así viera el asesino yihadista en el pobre sacristán que asesinó en Algeciras.

«Es absurdo negar que hay una religión, y solamente una a día de hoy, que da cobertura al asesinato en nombre de Dios y al maltrato a la mujer»