Manuel Juliá

EL TIEMPO Y LOS DADOS

Manuel Juliá

Periodista y escritor


El relato silencioso

24/10/2022

El día está nublado. Una sombra blanca se echa sobre las cosas. Parece que alguien ha escrito la palabra tristeza sobre el rostro de las nubes. Cada una de sus letras destiñe sobre el paisaje de árboles, suelo seco, rotondas anémicas y olivos hambrientos. Ayer llovió mucho pero el agua era tan fina que apenas sí encharcó la tierra. Lo comprobé mientras viajaba al pasar por un pantano.
Cruzando cerca de un huerto, lleno de cipreses, me apercibí de que era más fuerte el viento que el agua. Los setos delgados y altos se movían como un metrónomo. Definían el corazón del paisaje con un tic tac áspero y raudo que al cabo significaba lo rápido que va la vida. Hace pocos días cumplí años y, a pesar de que fui muy feliz, en algún momento tuve esa zozobra del tiempo que genera un dolor en el pasar, pues no sabes cómo quedará la balanza entre lo que te dolerá y alegrará en los días venideros.
Como iba solo detuve el vehículo en una gran llanura y me puse a observar el paisaje imbuido por el último poema de Rilke que había leído que dice: «Me aterra la palabra de los hombres. / ¡Lo saben expresar todo tan claro! / Y esto se llama perro, y eso, casa , / y el principio está aquí, y allí está el fin, / (...) Siempre he de avisar: no os acerquéis. / Me encanta oír las cosas como cantan. / Las tocáis: y ellas están quietas y mudas. / Todos vosotros me matáis las cosas». Clamé en el silencio natural estos versos, mirando la llanura entre marrón y gris, los olivos aferrados al vacío, las zarzas libres que crecían aquí y allá hermosas o rácanas, el cielo blanco y luminoso.
Miré el espacio libre y entendí mejor el poema. Acabamos enjaulando en palabras la riqueza de lo que nos rodea. No solo el paisaje, también los seres y los sentimientos. Desarrollamos la omnipotencia de conocerlo todo porque tenemos palabras, cuando muchas veces las palabras levantan un muro infranqueable entre las cosas y quien las observa. 
El poeta nos aconseja escuchar las cosas, acogerlas dentro de nosotros para que nos hablen. Para ello, debemos aprender a usar el silencio y entonces «oír las cosas como cantan». Nos invita a entender su relato silencioso y, por supuesto, a entender también la esencia de la vida, que es la provisionalidad y singularidad de todo, y sobre todo, «el peligroso límite de toda certeza (Ordine)».