José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


La ventana discreta

19/01/2022

Mi casa es como un barco: la proa mira al norte y la popa al sur. El arquitecto que la diseñó pensaría que era la mejor orientación para no desorientarse. No sé. Lo cierto es que el camarote de la proa, que es el salón-comedor, es umbrío y sus frígidas paredes desconocen la callada y fragante caricia del sol. Mi edificio es un derrelicto encallado entre el ruidoso asfalto callejero de la proa y el soleado solar silencioso de la popa, donde están la alcoba, la cocina y el despacho. Pero paso más tiempo deshilándome entre los libros, la música y los cuadros del umbroso salón que entre los folios, carpetas y manuales del cálido despacho; siempre me he mareado más en los asientos posteriores de los autobuses y en el columpiante balanceo de la popa de las barcas.
Lo mejor del despacho es, sin duda, su luz y su silencio. Es el sanctasanctórum donde trabajo, aislado de todo y de todos. La concentración que logro sentado entre la desordenada resma de la mesa no la alcanzo en ningún otro espacio. Las horas se me escapan nerviosas como el agua entre los dedos. En ciertos momentos, levanto la mirada para que la vista descanse unos segundos. Por la ventana, edificios en almadraba que ocultan la catedral y de la que solo veo la parte alta de su campanario. Justo enfrente, en una vivienda antigua y poco habitada, una pareja joven reformó hace cuatro años uno de los pisos; primero fue la demolición de su interior y luego su rehabilitación. La ventana de su cocina ha sido durante este tiempo un hueco por el que mi vista cansada ha entrado con discreción y ha observado efímeramente la evolución de unas vidas: los desayunos a solas o en pareja, las prisas en la preparación de la comida, besos y tentarujas apoyados en la encimera, alguna discusión, ausencias, el nacimiento de un hijo y el primer árbol de Navidad iluminado en un hueco del salón, al fondo, por primera vez este año.
Dos ventanas, la suya y la mía, que, reflejadas la una frente a la otra, diría que son la misma imagen en un asombroso pliegue espaciotemporal, una marea de recuerdos que me provoca un nostálgico vaivén en la mirada y en la boca un áspero sabor a tiempo fugado.