Hoy mi humilde homenaje va dirigido a todas esas mujeres que han normalizado exigirse demasiado. Os propongo una plan, ¿qué tal si nos perdonamos a nosotras mismas?
Nos perdonamos por dejarnos siempre en el último lugar, por sentarnos a la mesa cuando ya están todas las sillas ocupadas. Por levantarnos de ella cuando ya están todas las sillas vacías. Por coger el trozo más pequeño de tortilla y por llenar el vaso sólo hasta la mitad para que todos puedan calmar su sed. Nos perdonamos por sentarnos en la orilla de la silla, así como con prisa.
Nos perdonamos por colocar nuestra salud en la lista de tareas pendientes en vez de considerarla una verdadera prioridad, por posponer todo lo que atañe a nosotras. Nos perdonamos por habler hablado de más unas veces y por nuestros silencios resignados otras.
Nos perdonamos por mentirnos a nosotras mismas para intentar aparentar que todo va bien, que todo está bien, simplemente para evitar pagar el peaje de nuestro puñetazo en la mesa. Nos perdonamos también por regalar nuestro tiempo a quien no lo merece, por dilapidar nuestras sonrisas, por no saber invertir bien nuestra generosidad. 
Nos deberíamos perdonar por no mirarnos al espejo con más frecuencia, por los «me quiero» que nos nos decimos. Por no tenernos paciencia, por cargar una mochila de culpas que no nos pertenecen. Por vivir días de horas infinitas. Por fallarnos. 
Nos perdonamos no encajar. ¿Qué tal si probamos? 
Me perdono ser tan dura cuando se trata de mí.
Sí, me perdono, me acepto, me corrijo, me respeto, me cuido y me quiero.