Antonio Pérez Henares

PAISAJES Y PAISAJANES

Antonio Pérez Henares


La fatiga del opinador

03/06/2022

Hay un tiempo, que tiene que ver con la edad, en el que uno tiene opinión, que cree firme, cierta e incuestionable, sobre todo y total. Es más, la expresa de manera continua, incontinente y pretende cambiar, aunque no se dejen, la de los demás. Es el tiempo de las verdades absolutas y los amores eternos y con lo primero suele pasar lo que con los segundos y con los segundos lo que con las primeras. Que al revolver una esquina la riada de la vida los pone en su lugar. Aunque hay que reconocer que hay a quienes les dura para siempre y ¡oye! Tan bien.
Lo primero que se va aprendiendo, o mejor dicho que se debería aprender, aunque eso, aunque muy pregonado escasea tanto con la eternidad, es que la opinión supuestamente propia, que no suele serlo demasiado sino producto de muchos otros y factores por demás, no es única y que conviene escuchar e intentar comprender las de los demás. Eso hace que ya entres en el segundo grado que es el de no pretender la exclusividad de la razón y entrar en los matices y en la transición con las otras. Ello es cosa peligrosa para los absolutismos porque en cuanto la duda penetra en la mente ellos salen por la ventana. Pero es de lo mejor que a uno, en realidad, le puede pasar, aunque reconozco que no hay comodidad mayor mental que le dogma y no moverse de él.
 Yo he opinado mucho y hasta he cobrado, qué cosas, por hacerlo. Ya saben las tertulias de radio y de televisión. Crecientemente me iba dando cuenta que, aunque de decir lo que sentía y sentir lo que pensaba no he abjurado jamás, el vivir opinando de todo y a todas horas comenzaba a ser ya no solo una demasía sino algo cada vez más inútil y cansado. Sobre todo, cuando nadie de la parva de opinadores opinando, uno mismo tampoco, por supuesto, iba a ser ni en un átomo receptivo a la contraria ni siquiera a la adyacente y mucho menos cambiar. ¡Eso jamás! Eso ni está, ni a nadie se le ocurre saltárselo, en el guión. ¡Hasta ahí podíamos llegar!
Porque esa es la parte nodular del espectáculo y ese es el circo en el que cada cual tiene su papel asignado. Incluso el público para aplaudir cuando toca hacerlo y a una señal de regidor.
 Cuando lo dejas y tras las primeras sensaciones de vacío hay algo que de pronto aparece y es quizás lo que resulta más liberador. Resulta que no tienes necesidad de opinar de todo, es más que hay cosa que ni te da la gana ni tienes opinión alguna y por tanto ninguna que dar.
 Y es lo que, a lo mejor también es cuestión de edad, me está viniendo a pasar. Que, si bien hay cosas que sí, que uno está dispuesto a debatir, a defender o atacar, o sea a opinar, hay otras que ya como que no. Que o bien se comprende que no se tiene base ni conocimiento para poderlo hacer, o que, y ello va alarmantemente en aumento es que ya ni se quiere tener. Que carecen de la importancia, el valor o simplemente te parecen tan llenas de nada y tan vacías de todo que no merece perder el tiempo en intentar entenderlas y aún menos en entrar en disputas por ellas. Simplemente se quedan por ahí, como un '¡ahí te quedas saco paja!'. Y te marchas mental o hasta físicamente a otro lado.
Quizás es la hartura de la opinionitis desatada que nos invade por todos los lados y en la que uno ha vivido metido hasta el zancarrón, pero empiezo a percibir también a mi alrededor que el cansancio de materiales sobre el asunto empieza a ser cada vez mayor. Hay tanto, tan manido, pastoreado, inducido y abducido, y que encima, aunque se vista de opinión, es interés, propaganda, publicidad y agitación que ya no merece la pena ni opinar.
Es un gran descanso y un compromiso el hacerlo tan solo cuando el asunto lo merezca y se tenga sobre ello algo medianamente aceptable que decir.