Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


El hisopo

06/02/2021

Es el PowerPoint una de esas cosas odiosas que desdoran al informante y embrutecen al oyente. Hay otras cosas peores -salir con un puntero láser al estrado, olvidando que señalar es de mal gusto- que no sirven para nada -al menos no sirven para aquello a lo que uno es convocado: una exposición razonada o eso que llaman de manera equívoca ponencia, toda vez que el ponente es mandatario designado por otros para proponer. En las Cortes republicanas nadie leía sus discursos (ni siquiera en comisión) y don Niceto, de suyo tan barroco, en los tres discursos transcendentales que tuvo que elaborar, llevaba su intervención escrita y subrayada, para no olvidar nada, las cuartillas en el bolsillo de la chaqueta, memorizadas y ensayadas de cara al espejo, cuartillas que rompía en pedacitos, antes de subir al estrado, tras rociarse los hombros a la manera del hisopo con los papelillos tintados pasados a limpio. Ortega era un gran orador (la verdad justificándose, el vivir radicalmente, la circunstancia, la razón vital ensayándose de cara al oyente) y su enseñanza última era su magisterio oral -algo que sabe el maestro de primera enseñanza y que justifica todos los días-. Los papeles se hacen odiosos -los papeles no dan credibilidad-, anuncian pesadas digestiones, son como las cartas marcadas del jugador de ventaja que, para colmo, vemos todos, nuestro jugador se hace trampas, se va haciendo viejo, folio a folio, sufre por cuanto quiere decirlo todo, quizá porque desconoce que jamás deba hacerse, no lo digas nunca todo, mejor callar una parte, sin duda, no es bueno ni dable decirlo todo. El montón de folios a leer procuraba alguna dispensa o atenuante: eran leídos como un guión, acentuando el lenguaje corporal y la tilde enfática, es como un leer que parece no ser leído y que se hace como más vivo pese a ser pasado, dejándose uno engañar de grado -es bueno, además de no decirlo todo, engañarse un poco para que el desengaño lo sea menos-.  Pero el PowerPoint parece que no dará tregua, embruteciendo al auditorio, que soporta esa luz de segunda mano, la luz húmeda y cansada de los patios -y a la cabeza un orangután con un puntero láser a manera de un hisopo por esta vez zafio-.