Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Domingo Henares

14/05/2022

Le acompañé hasta La Suiza a comprar unos caramelos de su gusto y hablamos casi dos horas. Siempre hablábamos de lo mismo. De Julián Marías, de mi padre y de Manolo Bello, de Serna y de nuestros compañeros de columna. Mis compañeros eran, por muchos azares, quizá por mi descaro y precocidad literaria, Sánchez de la Rosa, Demetrio Gutiérrez Alarcón, León Cuenca, Eduardo Cantos, Faustino López Honrubia y Luis Parreño. Y yo junto a Domingo, cuando nos veíamos, paseábamos largamente, nos deteníamos en anécdotas comunes, me desvelaba asuntos que yo desconocía de mi padre, y llevaba a gala haber firmado el diploma de mi Premio Graciano Atienza de periodismo en 1977. Nos unía, por tanto y además, el Graciano -y eso significaba muchísimo-. Compartí columna con Domingo en el semanario Crónica. Y aquí en nuestra casa. Todos dábamos por hecho -los de mi generación en los periódicos- que moriríamos firmando nuestra columna literaria, como algo natural, como le pasó a Ruano y más tarde a Umbral, pues ser columnista de periódico te obliga a no fallar -algo que llevas con orgullo-. Así que las alarmas saltan cuando uno echa en falta las columnas del otro. Algo pasa -y uno lo intuye-. Domingo me aceptó como uno de los suyos -hubo de pasar un tiempo, claro; los privilegios (y ser amigo de Domingo lo era) se ganan perseverando y con esfuerzo)- y en esa aceptación, en estos últimos años, me dijo que cada vez me notaba más parecido a mi padre. Si nos citábamos en nuestros artículos, aunque fuera de pasada, nos llamábamos por teléfono -la llamada probaba que nos leíamos de grado y auguraba otra larga conversación-. Domingo era brillante y culto y poseía un sentido del humor infrecuente -quizá porque era exigente-. No fui de su tertulia de Milán -de los últimos años- pero no lo fui porque no nos hacía falta, nuestro trato venía bien anudado, y paseábamos, al acaso, hablando de noticias nuevas que nos llevaban, gozosamente, a Julián Marías, a Sánchez De la Rosa, a mi padre y a Manolo Bello, al nacimiento de Manrique en Segura de la Sierra, y a ciertas disquisiciones sobre el instituto del codicilo. No te olvidaré, Domingo.

ARCHIVADO EN: Suiza, Periodismo, Milán