Hace muchas noches que no duermo como solía hacerlo. Me cuesta cazar el sueño y cuando lo consigo sólo se queda conmigo lo justito para cubrir el expediente. Madruga más que yo y me abandona incluso antes de que el alba desayune.
No se lo reprocho, no puedo hacerlo. No estoy siendo la mejor compañía en estos días en que no consigo relajar mi mente. Ando preocupada y nerviosa. Un pellizco me cierra el estómago y la ansiedad me ha colocado sus esposas, no da tregua.
Mi país y mi gente van a la deriva. La economía se arrastra arrodillada y, agonizante, suplica ayuda. Los sanitarios lamen sus heridas en un sistema muy tocado y se sienten incomprendidos y solos. La justicia colapsada y huérfana desde hace muchas legislaturas de un capitán medianamente competente. Abogacía y procuraduría castigados sin salir este verano, sin desconectar y mucho menos conciliar, menos mal que llega septiembre y por fin el tapón judicial se habrá evaporado. Problema resuelto. Ay, cuánto inepto tomando decisiones.
Pero lo que realmente causa mis desvelos es la vuelta al cole. Cero previsión. Ninguna preparación. Sin medidas. Planificación ausente. Verano desaprovechado. La educación no es una prioridad. Siempre abandonamos a los más frágiles. El desastre más imperdonable.
Alzo la mirada y percibo una sociedad triste, apática, rota y aturdida, sin capacidad de reacción, abotagada, temerosa y gris, peligrosamente dócil, subyugada, insultantemente sumisa, derrotada ¿En qué momento nos han anestesiado?