Elena Serrallé

Elena Serrallé


La lealtad, en peligro de extinción

04/05/2022

Creo que mi meta más ambiciosa consiste en llegar a conseguir ese estado en que te permites el lujo de no esperar nada, absolutamente nada, de nadie, absolutamente nadie, de ese modo jamás podrás decepcionarte. Difícil tarea cuando se forma parte de una sociedad.
Quizá uno de los peores sentimientos es precisamente el que te invade cuando depositas tus más elevadas expectativas en alguien, suponiendo que llegado el momento estará a la altura, autoconvenciéndote de que esa persona jamás te va a defraudar, que sabrá reaccionar, que no te fallará, que responderá pero, desgraciadamente, en ese preciso instante en el que ha de pronunciarse o posicionarse, o simplemente reaccionar, rompe en mil pedazos tu esperanza.
Apostaste y perdiste. Sobreestimaste y te equivocaste. Confiaste y bajaron la mirada. Compartiste y dinamitaron el puente.
El dolor de la traición, el que te obliga a tragar saliva y apretar la mandíbula, el que tambalea tus cimientos. El que eriza tu piel. El que suma una capa a la coraza con la que afrontamos la vida. El dolor que curte y alecciona. El dolor que te regala ese tipo de cicatriz que sirve para recordarte lo ingenua que fuiste una vez.
Supongo que resulta imposible alcanzar esa meta porque, al fin y al cabo, estamos hechos de emociones y, superada una decepción, comenzará a fraguarse otra y después otra, y vendrán más. Quizá la clave consista en tomarlo con filosofía y aceptar que son comportamientos intrínsecos de la especie humana. Deslealtad se llama.