Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


El fin del mundo

31/12/2021

Los albures del calendario hacen que mi columna de este viernes salga publicada el último día del año, lo que no dejaría de ser anecdótico si no fuera por el simbolismo que nos empeñamos en imprimirle a esta fecha. Recuerdo que el año pasado fue mucho más sencillo, porque mi artículo semanal coincidió con el 1 de enero, día en que los periódicos descansan y los columnistas los dejamos a ustedes en paz. Pero hoy no se libran del consabido resumen y balance anual, idea que me aburre al tiempo que me llena de una fatiga anticipada. El mejor resumen es que el 2021 ha sido un latazo espantoso, igual que lo fue el 2020 y, si nada lo remedia, será también el 2022. Las películas de catástrofes no nos habían preparado para esto. Dábamos por hecho que el fin del mundo vendría acompañado de hordas de zombis, de invasiones alienígenas, de impactos de asteroides… En fin, de catástrofes vistosas y dignas de un apocalipsis como Dios manda. Hemos tenido el volcán, es cierto, pero ya se habla de reconstruir las carreteras y los barrios enterrados por la lava, como si nada hubiera pasado, lo que dejará el calendario limpio y dispuesto para otro año soporífero o, lo que es lo mismo, otro año pandémico. Resulta que el fin del mundo sí que ha llegado, pero en diferido, en forma de interminable y agónico coñazo. Preparémonos, pues, para seguir soportando los brotes y las olas, las mascarillas y restricciones, las variantes y terceras dosis. Preparémonos para doce meses más de torpeza e improvisación por parte de quienes nos gobiernan o aspiran a hacerlo. Preguntémonos de nuevo si el patógeno más dañino es el virus o la clase política. Resignémonos a que el fin del mundo no vendrá acompañado de música de John Williams y efectos especiales, sino de agotamiento y tedio, que en grandes dosis son mortales de necesidad.