Antonio García

Antonio García


Los ruidos

23/01/2023

La paleta cromática se ha revelado muy productiva en el campo psicológico, por su simbolismo. Para gustos, los colores. No hay color sin su correspondiente significado, que van de la pureza del blanco, a la elegancia del negro, pasando por el rojo pasional. Si Rimbaud otorgó a las vocales unas correspondencias arbitrarias (la a por ejemplo sería negra), no hay inconveniente en que también los ruidos se pinten de colores, en función de sus niveles de frecuencia y de su activación de distintas partes de la corteza cerebral. Por fin hay tantos ruidos como nueces. De acuerdo con tan peregrina catalogación, el blanco evocaría el zumbido de un ventilador; el rosa, la monotonía y la constancia del ruido de las olas o de la lluvia; el verde, una naturaleza calma, y el marrón, el ruido más grave de una cascada. Los ruidos, que siempre arrostraron la mala fama de una cacofonía acústica, de un runrún molesto y distractor –en teoría de la comunicación, un ruido es una interferencia que deteriora la comprensión del mensaje- son ahora la última panacea entre las fieras de las redes sociales, a los que no bastaba la música para amansarlas. Han descubierto en las distintas gamas acústicas un medio para la sedación, la relajación o el nirvana, sustitutivos de los opiáceos o estimulantes de otras generaciones más burras.  Convenientemente recreados artificialmente, una envolvente concurrencia de hertzios a la carta les posibilita evadirse del mundanal ruido sin el requisito de pisar un bosque o de visitar las cataratas del Niágara. Bajo el efecto del ruido (particularmente del ruido marrón, el número uno en el hit parade de los colores), los más inquietos han encontrado la fórmula para estarse quietecitos.

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