Personajes con historia - Juan de la Cosa (II)

Autor del primer mapa de América, dio su vida por salvar a su gran amigo Alonso de Ojeda


Antonio Pérez Henares - 17/01/2022

Puede que los informes de Juan de la Cosa tuvieran algo que ver, aunque no directamente, en la decisión de los Reyes de quitar la exclusiva de los viajes y exploraciones a Cristóbal Colón, pero lo que es evidente es que fue el primero, junto a los Pinzón, en hacer uso de esa nueva posibilidad. Lo hizo, ¿con quién si no?, con su amigo Alonso de Ojeda, que fue al mando en los que se vino a llamar viajes menores o andaluces que se dirigieron raudos al continente. Ojeda y De la Cosa estuvieron acompañados también del comerciante italiano asentado en Sevilla Américo Vespucio, quien acabaría por darle nombre al Continente.

Lo hicieron navegando y siguiendo sus indicaciones derechitos a Tierra Firme, al golfo de Paria y a la desembocadura del Orinoco. Los palafitos en los que vivían los indígenas en las orillas de ríos y lagos hicieron que le dieran el nombre de Venezuela, pequeña Venecia, a aquella tierra que recorrieron costeando por Margarita, la isla de las perlas, después por la península de Coquibacoa, llegando al Maracaibo y a la actual Colombia. De allí se dirigieron a la Española, donde no fueron muy bien recibidos por el alcalde Roldán, que tras sublevarse había pactado con Colón, y con el que llegaron a tener enfrentamientos armados y darse más de tres cuchilladas, y si algo mejor por este que accedió a entrevistarse con ambos a pesar de sus disensiones. En aquella reunión, De la Cosa y el Almirante cotejaron planos e información cartográfica, y el cántabro pudo hacer hasta copia de algunos mapas del Almirante, pues ya estaba enfrascado en dibujar su gran obra.

Después retornaron a España, donde llegaron en primavera del 1500. Hay diversas opiniones sobre el beneficio material obtenido, escaso según algunos, pero bastante substancioso en oro y perlas según otros. En cualquier caso, Ojeda sí encontró al amor de su vida, La Guaricha de Coquibacoa, con quien se casó y con quien permaneció hasta su muerte. De la Cosa, que se había llevado un flechazo que por fortuna no tenía veneno y no fue mortal, acrecentado sus conocimientos hasta poder realizar para los Reyes su famoso, y aún debía serlo más, mapamundi, en el que aparece la primera representación del continente americano. En él no se le olvidó poner en una esquina una imagen de san Cristóbal en honor a Colón. El mapa, el más antiguo que refleja las tierras americanas, está dibujado sobre dos pieles de pergamino de 96 centímetros de ancho por 183 de largo con la siguiente firma: «Juan de la Cosa lo hizo en el puerto de S...ma (Samaná, Dominicana o Cumana, Venezuela) en año de 1500», aunque la obra la ultimó a su regreso al Puerto de Santa María.

Monumento en Santoña dedicado al cartógrafoMonumento en Santoña dedicado al cartógrafoEn él, De la Cosa no solo refleja los viajes realizados por él mismo, los tres con Colón y el de Ojeda, sino también los de Vicente Yáñez Pinzón, Juan Caboto y los de los portugueses Cabral, Bartolomé Díaz y Vasco de Gama. Suponía y sugirió, con acierto, que las tierras americanas descubiertas al sur y al norte podían estar unidas y formar un solo continente, aunque no dejó de dejar abierta la posibilidad de que existiera un paso marítimo en el que Colón creía y que intentó encontrar en su último viaje buscándolo con enorme intuición por el lugar más estrecho, por donde ahora se abre el canal de Panamá entre ambos océanos.

 Su siguiente viaje lo hizo con el rico notario sevillano Rodrigo de Bastidas, que tras consultarlo sobre qué ruta tomar decidió nombrarlo piloto mayor de la expedición, en la que también iba un hombre que pasaría después a la gran historia de América y del mundo, Vasco Núñez de Balboa.

Salieron de Cádiz a finales del 1500 con dos barcos y llegaron al Golfo de Urabá, llegando hasta territorio del actual Panamá. Consiguieron importantes beneficios, pues lograron atesorar una importante cantidad de oro, pero el mal estado de las naos les obligó a dirigirse a la Española, donde amén de naufragar y hundirse gran parte del botín al llegar, aunque parece que bastante sí pudieron rescatar y consignaron de inmediato el quinto real, cayeron en manos de Bobadilla, que los arrestó, pues esos documentos autorizando el viaje se habían perdido en el naufragio. Hubo que liberarlos con prontitud y, aunque con cargos, acabaron regresando a España finalmente.

Carabela de Santa MaríaCarabela de Santa María Una vez más, la mano de la Reina Isabel se hizo notar. Nombró a De la Cosa Alguacil Mayor de Urabá en recompensa por los servicios prestados en el viaje amén de hacerlo oficial, con salario, de la recientemente creada Casa de la Contratación. Y ambos, tanto Bastidas, a quien se premió con una fuerte renta vitalicia, como él, fueron exonerados de todos los cargos que el quisquilloso y enconado Bobadilla había acabado levantando contra ellos.

 Las siguientes peripecias del piloto lo devolvieron a sus quehaceres primero de espía real y de nuevo fue enviado a Portugal a enterarse de lo que estaban haciendo los lusos por las Américas, pues sabían que andaban por Brasil y parecían haberse metido en las Indias castellanas. Esta vez tuvo menos suerte y lo pillaron muy pronto metiéndole en prisión. Pero había cumplido su misión, pues hechas las gestiones oportunas no tardó en ser liberado y en el mes de septiembre era recibido por la Reina Isabel en Segovia. Allí le entregó cumplido el informe de la actividad portuguesa y un par de mapas, «dos cartas de marear de las Indias», que reflejaban los viajes de Cabral y de Vespucio, que en esta ocasión había ido con Portugal, y donde aparecían los lugares en los que habían estado.

Desdichadamente no han llegado hasta el día de hoy. O a lo mejor aparecen mañana en algún lado, pues fe de que existieron sí hay y en estas cosas de espías nunca se sabe qué es lo que pudo ocurrir.

 

Primera aventura como capitán

En 1504, hizo ya su primer viaje al Nuevo Mundo bajo su propio mando y como capitán general por Cedula Real que le encargaba de descubrir y vigilar las costas de Tierra Firme con cuatro navíos. Cumplió bien su misión y tuvo grandes enfrentamientos con los caribes a los que combatió, tras sacar de gran apuro al mercader sevillano, Cristóbal Guerra, cerca de la actual Cartagena, haciendo luego juntos muchos prisioneros, al ser alzados y combatirlos si se les podía cautivar, y encontrar importantes cantidades de oro en los arenales del Uraba. Con los barcos hechos una ruina por la broma que barrenaba el maderamen, logró llevarlos sanos y salvos a la Española. Pero allí se tuvo que quedar casi dos años, pues se le terminaron por hundir. Sin embargo, el botín fue espectacular. El quinto real a entregar al Rey ascendió a 491.700 lo que significaba que la ganancia total era de unos 2,5 millones de maravedíes. Además se le premió con otros 50.000 que habían sido acordados antes de partir.

 Al volver a España, su gran protectora, la Reina Isabel, ya había fallecido, pero su viudo, el Rey Fernando se la siguió dispensando. En 1507, lo encontramos al mando de una flota para vigilar y combatir a los piratas, sobre todo a un tal Juan de Granada, vizcaíno como él, que acechaban entre Cádiz y el Cabo de San Vicente a las naves que volvían cargadas desde Santo Domingo. Unos meses después, hizo un rápido viaje de ida y vuelta a las Indias para luego informar y decidir las futuras expediciones por el que recibió 100.000 maravedíes por guiarlo.

En marzo de 1508, estaba ya de regreso para participar en la Junta auspiciada por el Rey Fernando junto con Vicente Yáñez Pinzón, Juan Díaz de Solís y Américo Vespucio en un cónclave para dar con la forma de hallar algún paso que permitiera cruzar hacia Asia, que parecía ser una misión imposible. En aquella Junta representó, se discutió también aquello, los intereses de su amigo Alonso de Ojeda, quien optaba a la Gobernación de Tierra Firme, y lo hacía precisamente contra su también compañero de expediciones, Diego de Nicuesa. Al final se optó por partirla en dos: al oeste del golfo de Urabá sería para Nicuesa y se llamaría Veragua, y la del este correspondería a Ojeda con el nombre de Nueva Andalucía.

Juan de la Cosa con su cargo de Aguacil Mayor de Urabá, elevado a la categoría de hereditario, partió junto a Ojeda en el que iba a ser su último viaje el 10 de noviembre de 1509. Iban a repoblar aquellas tierras y esta vez, con De la Cosa, iban su mujer su hija y otro hijo más pequeño, varón. Entre los 300 hombres que iban en los bergantines iba un soldado llamado Francisco Pizarro. Al llegar a su destino, De la Cosa trazó la línea divisoria entre los territorios de Nicuesa y Ojeda, señalando al río Atrato como límite entre las dos gobernaciones.

 Ojeda, siempre belicoso, decidió desembarcar en la bahía del Calamar, desoyendo los consejos de su amigo, que le advirtió del peligro de aquellos indios, ya muy maleados por anteriores expediciones, que él mismo había combatido, pues eran muy feroces y utilizaban flechas envenenadas. Le aconsejó irse a otro emplazamiento donde los indígenas eran menos belicosos y no habían tenido enfrentamientos con los españoles y a los que conocía también. Se impuso Ojeda y De la Cosa acató su decisión.

 Los combates no tardaron en comenzar. Un primer enfrentamiento en un poblado costero se saldó, tras una dura pelea, con el triunfo y cautivos, huyendo los indios hacia el interior de la selva y hacia otro poblado mayor. Ojeda con De la Cosa, acompañado por unos 70 soldados, los persiguió y de nuevo logró vencerlos en otro combate y aumentar la cifra de prisioneros hasta un centenar.

 

Falsa victoria

Dándolos ya por derrotados, fatigados por la batalla y el calor, se pararon en un claro a descansar sin tomar ninguna precaución. Fue entonces cuando fueron sorprendidos por un gran número de guerreros caribes, venidos desde el poblado Turbaco, que con sus mortíferas flechas ponzoñosas se lanzaron contra ellos y los desbarataron persiguiéndolos sin tregua y matando a todos cuantos conseguían atrapar. Que fueron al final todos menos Ojeda y un soldado. Juan de la Cosa fue el último en caer protegiendo la retirada de su amigo y consiguiendo que al cebarse contra él, que les hizo frente, Ojeda consiguiera escapar y llegar a la costa, a la bahía del Calamar, donde pudo encontrar el socorro de los que allí habían quedado. Alonso de Ojeda, tan acongojado como rabioso por la muerte de su camarada de tantos años, encontró el apoyo de Nicuesa, que llegaba con los suyos en aquel momento, y aparcando sus diferencias se lanzaron juntos a vengarlos.

 Ojeda demostró entonces su buen hacer militar, su coraje, su valentía y su temeridad. También su crueldad. Esta vez se aproximó con todas las precauciones hasta el poblado de Turbaco y una vez llegado y apostado cerca de él y tenerlo rodeado se lanzó a un asalto despiadado y feroz que los caribes no pudieron resistir. No dieron tregua alguna, y sí muerte a todo aquel que se puso a su alcance sin respetar ni sexo ni edad y finalmente lo entregaron al fuego. Alonso de Ojeda buscaba con desesperación los restos de su amigo y aunque luego algunos llegaron a decir que había sido comido por los indígenas, una fuente más precisa describe cómo lo encontró: con el cuerpo tan hinchado por el veneno y lleno de flechas que parecía un erizo. «Como un eriço asaeteado, porque de la yerva ponçoñosa debia de estar hinchado i disforme, y con algunas espantosas fealdades», dice la crónica de aquel día.

 Se sabe que su mujer sobrevivió y que regresó a España y con ella lo hizo su hija (del hijo no hay noticia posterior ni que heredara la Aguacilía Mayor que le correspondía) a la que se dotó por orden real de 50.000 maravedíes para su dote de boda. También se concedió a la familia la propiedad de todos los indios caribes capturados, pues al ser alzados y hostiles no tenían protección de las leyes de la Corona y podían ser vendidos como esclavos. Trampa esta, aunque no en este caso, de hacerlo con todos, fueran pacíficos o no, y así poderlos esclavizar, que no dejaron de utilizar bastantes conquistadores.

Fray Bartolomé de las Casas, tan contundente en la condena de estas prácticas e incluso exagerado en ellas, es con respecto a Juan de la Cosa, y en parte también con Ojeda, con que gasta menor beligerancia y sí mayor comprensión, pues parece haber tenido a ambos, su tío y su padre, que habían coincidido con uno en el segundo viaje de Colón y con el otro en Santo Domingo, buena relación y les tenía en bastante estima.

 De Juan de la Cosa dejó escrito quizás el mayor elogio sobre su hacer y el que más le hubiera gustado recibir: «Juan de la Cosa, vizcaíno, que por entonces era el mejor piloto que por aquellos mares había».

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