La aparición de Pedro Sánchez en el Parlamento el pasado miércoles fue el paseo por las nubes de un político encantado de haberse conocido. Un político que pasará a la historia como el presidente del Coronavirus. Eso no hay quien se lo quite. Se lo ha ganado a pulso. Sus palabras fueron un relato triunfal y si no se dio besos fue porque no se alcanza. ¡Qué bueno es nuestro presidente! ¡Qué bien lo ha hecho todo! Pues bien, terminada su triunfal perorata desfilaron los portavoces de los demás partidos, que le propinaron un sabaneo de no te menees. ¡Así paga el Diablo!
Porque la sesión referida parecía una pelea de casa de lenocinio en la que sólo se echó de menos la voz de la «maestresa» gritando aquello tan socorrido de «¡Dile puta, antes de que te lo diga!», porque ningún participante tuvo ni una palabra, no ya de elogio ni siquiera de comprensión para don Pedro. Aquello fue un furibundo ejercicio de «leña al mono hasta que hable inglés». ¡Qué país Miquelarena! Porque, digo yo; algo habrá hecho bien el señor Sánchez. Aunque sólo sea callarse durante tan largo período de tiempo...
La descalificación y el insulto fue la norma a seguir por todos los interpelantes. Ni un proyecto, ni una idea, ni la sombra de una mínima intención de colaborar para que se hagan las cosas mejor en el futuro. Aquello era un auténtico patio de monipodio. Con el gesto irritado y la palabra punzante y ofensiva, fueron desfilando los portavoces de las distintas formaciones políticas, hasta que Abascal, de Vox, subió a la tribuna y anunció su septembrina moción de censura. Una moción con muy pocas posibilidades de prosperar. Porque ni Casado la apoya. Pero algo es algo. Aunque algo en una situación como la que vive el país es muy poco, casi nada…