Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Neurociencia

12/03/2021

Un equipo de científicos de la Universidad de Northwestern (Illinois) ha desarrollado una técnica para comunicarse con personas que están profundamente dormidas. Se valen para ello de señales electrofisiológicas que se transmiten a los durmientes a través de electrodos acoplados a su cráneo. Ellos, a su vez, responden con contracciones de la boca y de los ojos a la información recibida. Leída así, sin más, la noticia parece una tontería más de tantas que se publican acerca de estudios ridículos realizados por universidades, sobre todo por las norteamericanas, donde al parecer el grado de aburrimiento corre parejo con el exceso de dólares. No en vano existen los premios Ig Nobel para distinguir a las investigaciones más absurdas del año (como el descubrimiento de que la toma de decisiones mejora mucho con la vejiga llena, conclusión a la que ha llegado un equipo médico internacional de alto nivel). En cuanto a la posibilidad de comunicarse con personas dormidas, la cosa habría sido interesante si nos hubieran mostrado resultados parecidos a los que conseguía Leonardo DiCaprio en la película Origen, cinta que resultaría apasionante si alguien fuera capaz de comprenderla. Ocurre, además, que mis padres perfeccionaron una técnica parecida allá por los años 80. Recuerdo que mi madre se quedaba todas las noches dormida en un sillón mientras veíamos la tele, y enseguida comenzaba a roncar. Entonces mi padre se veía obligado a comunicarse con ella para pedirle que cejara en sus ronquidos. «¡Anita! decía. ¡Qué estás roncando!». A lo que mi progenitora respondía: «¡Mmñññggrrrrr!», o algo parecido, que debe ser el equivalente a «¡déjame en paz!» en el lenguaje de los sueños. «¡Anita! insistía mi padre. ¡Que roncas, joder!». En ese momento se cerraba el circuito de la comunicación, pues mi madre se levantaba de repente y se dirigía hacia la cama al tiempo que iba jurando en arameo por el pasillo. «Nihil novum sub sole», que decía aquel.