«La lluvia en Sevilla es una pura maravilla», cantaba el profesor Higgins a su alumna en esas clases de fonética del cautivador musical My Fair Lady. Y vaya que sí lo es. Los votos han llovido maravillosamente a gusto de la derecha, de unas elecciones andaluzas en las que para la izquierda solo han caído chuzos de punta. Del remojón de euforia para unos a terminar calados y sin caracoles para otros hay un largo trecho que la sentencia de las urnas ha dejado grabado en unas horas del pasado domingo electoral andaluz. Una jornada que ya es histórica en una Andalucía que siempre fue feudo del socialismo ahora derrotado, y muy especialmente en esa Sevilla donde desde que los españoles recuperaron el voto como una sana costumbre democrática tras 40 años de dictadura, eran más que habituales las victorias claras y rotundas del socialismo andaluz para convertirse tradicionalmente en el gran granero de votos para el PSOE nacional.
 La verdad es que los negros nubarrones de las encuestas previas de días anteriores ya anticipaban algo así, no hubo por tanto factor sorpresa en la noche electoral. Lo importante de verdad empieza ahora: ir viendo cómo el PP administra su victoria, observar si el PSOE reacciona, y cómo, ante la clamorosa derrota, a su izquierda seguirán sumándose extrañas maniobras de quienes no saben guarecerse bajo un mismo paraguas desde que las primeras gotas de lluvia aparecen en el firmamento. Vox seguirá con ese voto de ida y vuelta con el PP, para el que parecen haber trazado una autopista sin peaje, y Ciudadanos comprueba directamente que las lluvias, en ocasiones, provocan dramas en quien las afronta a la deriva.