En agosto muchos de nuestros pequeños pueblos renacen con el retorno, siquiera por unos días, de aquellos que sacralizan el recuerdo de ese pueblo en el que nacieron sus abuelos y en el que vivieron sus padres hasta que, incapaces de esperar por más tiempo a que llegase la modernidad, decidieron marcharse a donde creían que la encontrarían en ciudades y grandes urbes de la España de mediados del pasado siglo. Agosto, lleno de fiestas patronales, incluso en las No Fiestas del segundo verano en pandemia, es un reclamo infalible y musical como la llamada de las sirenas al barco de Ulises en su complicado viaje de regreso a su Ítaca natal. Los pueblos de la España vaciada se revitalizan bajo las extremas temperaturas de Agosto y se combate el calor en las nuevas piscinas municipales, aunque sin olvidar las balsas y las charcas de hace cincuenta veranos. Como los conciertos de rock de ahora en la Plaza Mayor que no logran borrar aquellas verbenas de farolillos de papel, pasodobles y boleros. Sí, las nuevas obras no desvanecen las viejas nostalgias y al partir hacia la ciudad comprobamos que la mejora de carreteras ha servido para fugarse mejor del pasado.