Elena Serrallé

Elena Serrallé


Y de postre un paracetamol

21/09/2022

Y allí estaba yo con mi familia, en un restaurante estupendo al que solemos acudir con relativa frecuencia por aquello de que se come fenomenal, te tratan con una amable cercanía y se respira un ambiente tranquilo, excepto el sábado pasado.
Comimos de fábula, como siempre, el trato inmejorable, como siempre pero tuvimos la mala fortuna de compartir coordenadas de espacio y tiempo con unos simpáticos chavales que celebraban la despedida de la soltería de uno de ellos. Insufribles.
¿En qué momento llegaron a pensar que cuanto más llamaran atención más moriríamos de envidia los de alrededor por querer compartir mesa, mantel y bocinazos con ellos? ¿En qué lugar leyeron que cuanto más gritaran al hablar mejor se lo pasarían? ¿Por qué teníamos que aguantar el resto de clientes esas voces graves impostadas de machos ibéricos que hacían estallar mi cabeza y enervar mi paciencia? ¿Nadie les habló jamás del respeto? ¿Nunca se plantearon la más mínimas normas de educación? ¿Acaso desconocían que su libertad de diversión termina donde empieza mi derecho a una comida tranquila?
Me contuve las ganas de recomendarles que si deseaban una fiesta de berridos debieron celebrarla en medio del monte, aislados socialmente, sin molestar, pero claro tenían la necesidad de hacer saber al mundo que son únicos sabiendo pasarlo bien.
Así que, junto al postre y al café, me tuve que engullir un paracetamol y el deseo irrefrenable de entregarle al novio una tarjeta de visita por si en el futuro se divorcia.

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