Eloy M. Cebrián

Eloy M. Cebrián


Pandemónium

15/04/2022

Me mosquea esta nueva normalidad que tanto se parece a la de antes. Tenía yo (pobre de mí) alguna esperanza de que la desaparición de las restricciones no nos devolviera a la situación anterior, sino a una normalidad mejorada, una normalidad 2.0 que sería el resultado de habernos vuelto un poco menos idiotas. Ahora comprendo que quien así pensaba no era mi yo actual, algo cínico y desengañado, sino mi yo adolescente, que como buen católico creía en el arrepentimiento, en la penitencia y en el propósito de enmienda. Al cabo de dos años de moderación forzosa, estaba convencido de que nos habríamos vuelto algo más reflexivos y menos consumistas, que procuraríamos mirar por nuestro pecunio por si volvían las vacas flacas, que no nos lanzaríamos a las carreteras ni a los aeropuertos a las primeras de cambio, que aprenderíamos a apreciar lo cercano y lo sencillo. Y lo que observo es todo lo contrario. Los telediarios no dejan de repetir que se recupera el nivel de desplazamientos y de ocupación, y me alegro por la hostelería. Pero qué triste que hayamos perdido la oportunidad de abandonar la ciega trashumancia de antes, el turismo de playita y paella mixta, de decir adiós al turista gregario que se cuece los lomos a ritmo de reggaetón. En mi inocencia, pensaba también que la pandemia, amén de su caudal de dolor y de muerte, haría honor a su etimología («pandemia» significa «que afecta a todo el pueblo»), y nos haría comprender que somos un único pueblo anclado en un único planeta, y que nuestro futuro se cifra en sobrevivir juntos o perecer juntos. Eso pensaba yo (y creo que muchos), pero ha tenido que venir Putin con sus tanques y sus cohetes y su violencia para poner las cosas en su sitio, para recordarnos que tras la pandemia viene el pandemónium, y que como especie no tenemos remedio. Y probablemente como individuos tampoco.