Antonio García

Antonio García


Marilyn Monroe

18/07/2022

Para ir preparando otro aniversario redondo -en agosto se cumplirán 60 años de su muerte- la prensa va adelantando noticias: estreno de una biografía en Netflix, reedición de la novela de Carol Oates en que se inspira, los destrozos que la culona Kardashian hizo en el célebre vestido de la actriz -el que usó en el cumpleaños de Kennedy- por su capricho de lucirlo, nuevas investigaciones sobre su muerte, inagotable venero de elucubraciones con o sin fundamento. Sólo un mito como el de Marilyn -seguido de cerca por el de Elvis, también reflotado estos días- puede soportar tanto manoseo y salir indemne del trasiego. Como todo mito, el de Marilyn es un signo polisémico, capaz de admitir sucesivas lecturas, amoldadas a los intereses de cada época. Objeto de deseo en vida, luego objeto publicitario a secas, reivindicado, rechazado y vuelto a reivindicar según soplaran vientos del feminismo -para el cual sigue siendo un objeto incómodo, inexplicable-, icono a rachas de la homosexualidad, oscilante en la consideración de los críticos que aún le niegan el pan y la sal, parece que sólo entre el gremio de heterosexuales varones, el más básico y primario de todos, no se ha modificado la única interpretación que a mi juicio tiene validez: una actriz excepcional encerrada en un cuerpo glorioso. Desde los años 80 en que empecé a adquirir conciencia de estos vaivenes -no había verano que no aportara nuevas iluminaciones a su vida y a su muerte, sesiones fotográficas inéditas, arsenal de biografías definitivas-, siempre me sorprendió que entre tantas divagaciones se pasara por alto la calidad soberana de casi todas las películas que interpretó, calidad a la que contribuyó con su inolvidable presencia.