Parece que estamos dejando de ser la raza inteligente que hemos venido siendo desde hace unos 100.000 años. En esa misma línea evolutiva y lenta que sigue nuestra especie, al menos desde que se inauguró la primera exposición de pintura que hicieron nuestros antepasados en Altamira. Suponemos que con gran afluencia de público, desde las cuevas habitadas más próximas. Aquellos animales fotografiados en piedra dura, hace ahora unos 35.000 años. Porque, a escala planetaria, todo lo que le pasa a la Humanidad ocurre despacio. Por más que hay expertos afirmando (en el día internacional de la Educación, 24 de enero) que estamos a las puertas (así, de pronto) de la revolución digital en la enseñanza de todos los niveles. Hasta hay políticos gobernantes que sueñan con no ver papeles en las aulas del próximo curso, ni en ninguna administración de su competencia. Tal vez un sueño.
 Así, además de la mascarilla que llevamos adosada contra los virus, habrá que ver la silueta de un hombre nuevo sobre la Tierra. La del que aguanta también a sus espaldas, por donde quiera que vaya, una mochila con su ordenador de última generación siempre dispuesto. Jadeante cuando suba alguna cuesta, desorientado en el laberinto de las nuevas tecnologías. Y cualquier papel será dado por muerto, como los papiros antiguos de Egipto. 
 De todas formas, nuestra carrera en la línea de la evolución humana seguirá lenta como hasta ahora. Igual que avanza ese ejército de hormigas, alocadas en su carrera y con uniforme de negro, hasta que todas encuentran la paz y tranquilidad de su agujero.