Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


Gran navaja

10/10/2020

A veces (no siempre) la prudencia excesiva no es más que falta de valor moral -a ciertos ciudadanos se les supone-. Tenemos el alto ejemplo de Felipe González -el último patriota. En La Toja ha defendido la monarquía constitucional -piedra sillar del periodo más fructífero de la reciente historia de España (conviene huir de las declaraciones categóricas, reciente está bien; hay periodos inagotables y magníficos de nuestra común historia, América y los bravos capitanes) y esa defensa es natural en un hombre que presidió el gobierno durante largos años. El valor moral de González es el de un octogenario que ha decidido -lo dijo en público- luchar hasta el final por nuestro sistema de libertades. Muchos jóvenes parecen viejos y débiles, desvitalizados por la vanidad, pero Felipe González es hoy el más joven de los políticos jóvenes -tal y como recibió Umbral a Rafael Alberti- y su crédito permanece intacto. De jarrón chino ha pasado a ser como Malesherbes - sus adversarios (que son los míos) arden en deseos de guillotinarlo. Algunos compañeros de partido le demandan prudencia, pero Felipe González huye de las morales cobardías, y ahora que es noticia, por su claridad y buen sentido, su figura empequeñece a los hombres que perdieron el honor con vanos pretextos que engañan -hombres pretextados, se valen del pretexto. Siempre leyó muy bien la naturaleza del terreno -de ahí su compromiso, que a mí me preocupa hondamente, conmueve al hombre libre que su compatriota octogenario arriesgue tanto, cuando nadie arriesga nada. Otros piensan que la defensa que hacemos de González es tomar partido contra Sánchez. Desgraciadamente no es el caso -ya quisiera uno transitar los caminos, a veces pedregosos, de la política doméstica- y en esa desgracia anida el valor de un hombre que lo ha sido todo y que viene dispuesto al último servicio. No es nuevo. Desde hace tiempo lo vengo reseñando desde aquí (ya no escribo de política; la columna de hoy es otra cosa) por cuanto la moralidad de su carácter, la prudencia de sus opiniones y la seguridad de su trato, me han confortado en la desolación -la cobardía en fuego de algunos legatarios sabe a metal que trasuda y traiciona. Nunca dice cosas vagas y desaprueba con calor. Los indolentes afilan la gran navaja y preparan desquitarse del viejo patriota.