José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Carmen

03/03/2021

Yo provenía, tú lo sabes, de una escuela en la que me educaron con varas de hielo y estiércol, en la que me obligaban a repetir todos los días, desde que me levantaba hasta que me acostaba, que no había que hacer nada por nadie porque nadie había hecho nada por mí, y llegué a convencerme de que la vida era oscura y maldita y de que la familia solo existía en fotos atrapadas en marcos de plata cara y a mucha distancia de un aparato telefónico que se descolgaba en tres o cuatro ocasiones a lo largo del año. Desde pequeño, acostumbraron mi boca no a lamer, sino a ladrar y a morder, y mis manos y mis ojos fueron violentamente adiestrados en la crispación, en la venganza, en la envidia, en la soberbia y en la mentira.
Pero llegué a tu casa y descubrí que con una sonrisa el hierro puede moldearse como una barrita de plastilina, que la bondad sincera y profunda existe y brota sin artificio de un alma clara y limpia; llegué a tu casa enfermo de caos, abandonado por quien se supone que nunca debe abandonarte, llegué con el aliento sucio y con el corazón encogido, y fui recibido como un hijo más, con las puertas abiertas y envuelto en brazos esponjosos de paz. Descubrí entonces, ya en la mitad de mi vida, qué es ser madre sin condiciones, sin chantajes, sin rencores, cuál es el verdadero color de los hilos que mantienen unida una familia, y tú sabías que al principio me daba vértigo asomarme a todo este océano de luz y que había que darme tiempo y tener paciencia hasta que mis ojos se acostumbraran a la verdadera realidad, a que mis heridas las fuera cicatrizando la nueva brisa. A tu lado aprendí que los edificios de libros y de universidades que fui construyendo desde muy joven no sirvieron para contener toda la prudencia, la sensatez y el talento que me mostrabas. Gracias a ti aprendí que ser padre es una tarea inútil si algún día faltan la comprensión y el cariño.
Por todo esto, y porque me es imposible imaginar un nombre mejor para una abuela y para una madre, todas estas palabras que acabo de escribirte solo pueden ser para ti, Carmen.