José Juan Morcillo

José Juan Morcillo


Vicent

05/01/2022

Vicent, el de Casavella, trabaja solo junto a su perra Susi. Su taller es una antigua cochera y no hay lugar donde uno pose la vista en el que los ojos no se topen con trozos de aparejos, cuerdas y agujas de redero. De edad adulta, de mediana estatura, su cabello y su bigote aún no han sido agredidos por la nieve del tiempo. Él asegura que es la brisa de la mar, que es la humedad de la bruma que le limpian los pulmones y le fortalecen los músculos. «La semana pasada pesqué una tintorera de 50 kilos», me dice entre sonrisas que le cucan los ojos. Pero el oficio de Vicent no es pescador, sino redero. Es lo primero que me aclara cuando me da permiso para entrar en su taller y saber de su oficio. Cuando los hombres salían a faenar, las remendadoras cosían las redes rotas y las extendían sobre las piedras de la orilla; yo soy redero, redero desde que nací viendo a mi padre diseñar el aparejo para luego montarlo; a veces arreglo redes cuando me lo pide un compañero.
Me enseña una vieja foto con rederos de antaño: todos con pantalones «mahonet», un pedazo de hilo por correa y la navaja y la aguja entre la tela y la cintura. Mientras me habla, Vicent, sentado en una pequeña y antiquísima sillita de madera, maneja con soltura la aguja y el pasador y tiene cerca la navaja, de hoja ancha y rectangular, sin punta, bien afilada con piedra de cala. Para más comodidad, a veces se sienta en el suelo, coloca un trozo de viga de hierro sobre la silla para que no se mueva, cuelga del respaldo un gancho en el que amarra la red y la sujeta a su vez con el dedo gordo de su pie derecho para trabajarla. Por la guía de la aguja hay que apretar bien el hilo, me enseña; es de nailon, pero antes era de cáñamo o de algodón, y los aparejos de arrastre se hacían con esparto; las agujas de ahora son de plástico, pero las de siempre eran de madera de pino. Y me muestra una con mimo de anticuario.
Y Vicent continúa hablando sobre calafates o carpinteros de ribera, sobre mareas y sobre los albores, que es cuando más se pesca, y observo que habla en recuerdos, con su perra dormitando a sus pies, y que sus palabras caracolean como algas entre las costuras de sus aparejos.
 

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