Apenas han pasado unas horas y ya podemos hablar, con justeza, del año pasado y de todas sus desventuras juntas. Pues ningún otro remedio nos queda, acostumbrados como estamos a comentar nuestra impotencia frente al coronavirus 2020. Y recordaremos, por más que cambiemos la fecha concreta, unos meses donde tuvo lugar el hábito cruel de llamar a un sector de la población con el sonsonete de que son nuestros mayores, o marcándolos con la frase impía de que consisten en un grupo de riesgo. Haciendo, además, una referencia ingrata a las residencias de ancianos, lugar donde la muerte hace su ronda con más frecuencia que en otros barrios de la población. La vejez, en suma, de boca en boca, como un triste acontecimiento de rostros poco amables. A los que ni tan siquiera vemos.
En la actualidad, nuestros políticos de turno, por alguna mala conciencia (perversa) quieren congraciarse con quienes han tratado desde un distanciamiento impropio de la convivencia entre iguales. Y les hacen el favor, a los viejos según la Real Academia Española (con más de 70 años), de ser los primeros en vacunarse contra el coronavirus que todavía padecemos. Cuando ya no hay prisa para nada.    
Niños de ahora, si ya juntáis las primeras letras en vuestros cuadernos, haced un ensayo general de la única democracia posible: la de repartir penas y alegrías entre los ciudadanos por orden alfabético de sus apellidos. Para la igualdad en el trato, no hay otro camino.