Enrique Belda

LOS POLÍTICOS SOMOS NOSOTROS

Enrique Belda


Respetar los símbolos y a la Virgen del Rocío es también para usted

18/04/2023

Un cercano día 'nacional' de Cataluña, unos activistas interrumpieron el acto central de homenaje a los referentes de esa tierra con la emisión, desde un hotel cercano, del himno de España. Millones de españoles y de catalanes sintieron un recóndito placer al ver las caras de rabia de muchos políticos independentistas, habitualmente tolerantes con (y participantes de) cualquier afrenta al orden constitucional. Nos tienen estos supuestos servidores públicos muy cansados y la gente tiende a reaccionar con las vísceras. Pero si lo piensan un momento, tanto el acto de los reventadores de simbología, por sobrados motivos que esgriman, como el contento de muchos ciudadanos, se está edificando sobre un desprecio a buena parte de la simbología y los valores de España. El himno estatutario de Cataluña y su bandera oficial son también símbolos españoles, que merecen y gozan del respeto de cada vecino de nuestro país, aunque sea de Ayamonte o de Corral de Calatrava. ¿Es que ser tolerantes nos convierte en más tontos? No: la única fuerza que tenemos los demócratas es, precisamente, que no somos iguales ni actuamos como los que tratan de imponer sus ideas al margen del derecho, a todos los que les rodean. Es muy similar al comportamiento que ciertos europeos (entre los que nos encontramos) tienen, a la hora de enjuiciar los desajustes de convivencia entre los musulmanes que van llegando desde hace lustros y los habitantes de rasgos caucásicos y base filosófica cristiana: no es de recibo que nosotros impidamos sus costumbres y sus cultos alegando la falta de reciprocidad hacia nosotros en sus países de origen y ascendencia. Ese y no otro hecho, el que aquí (en principio) no tratamos a la gente igual que ellos, es lo que les empuja a quedarse con nosotros, por lo cual resulta intelectualmente muy pobre atacarles con las carencias de los sitios de los que reniegan. O en esta sociedad nos ponemos a pensar las cosas, aparcando intolerancias, nacionalismos y simplismos, o acabamos perdiendo el criterio y encumbrando las apariencias. Apartando la razón y la mesura, llegaríamos a desacreditarnos como sociedad democrática dando la razón a los intolerantes (nacionalistas catalanes o islamistas radicales, en los dos ejemplos que pongo), que nos combaten. Si solo tenemos la ponderación y la perdemos, nos ponemos a su mismo nivel, y así ganarán ellos, que tienen más práctica en las aguas turbias. El caso de los insultos a los símbolos religiosos entra en otro plano, que es el del respeto a la libertad religiosa y a las creencias de la gente. La libertad de expresión que habitualmente te permite quemar una bandera que no te gusta para protestar por la estructura política que la sostiene, no siempre te habilita para llevar al extremo la burla a los sentimientos trascendentales ajenos. Puedes faltar a la Virgen del Rocío, a la de Montserrat y, si hubiera huevos, a Mahoma, pero el margen de risas que puedes echarte es algo más limitado y habitualmente te juegas el tipo en la reacción.