Ramón Bello Serrano

Ramón Bello Serrano


La máscara

18/07/2020

La máscara distorsiona por completo la observación social. Se (re)conoce al otro por la disposición del rostro, el amago de una sonrisa, la naturaleza del labio inferior -tan difícil en la mujer- o la nariz romana -es diferente la de Julia, esposa de Tito, y la de la Julia Donma, de Septimio Severo-. La máscara deja, por un momento, el mirar inerte -la mirada juega y se apoya en el pómulo frutal o el rubio labio- y ha de recomponerse, ahora, el otro es y será categórico ya sólo en el mirar y ser mirado. La máscara hunde la pompa y el boato, desacredita el triunfo de la vanidad, nada hay peor que esas fotografías de enmascarados variados -novios y novias, militares de gala, abogados sin toga y con máscara de pato-, incapaces de un registro vocal o acento enfático, privados del lenguaje corporal. La máscara, al igualarnos a todos de un golpe, nos ha hecho descubrir que el mirar de un gran amigo -ahora enmascarado- es como turbio        -quizá lo ha sido siempre- y que otras miradas son insoportables, como otras que nos parecieron tibias son ahora febriles y de un atractivo fatal. La máscara rompe la arquitectura del rostro, lo disfraza y altera, y es fácil sentirse conturbado -no perturbado- cuando uno se cruza a su compañero de acera y le mira directamente a los ojos, sin saber si le desaprobará el mirar, le sostendrá la mirada o adivinará el saludo que lo fue de siempre -el de la cortesía y el uso social. El hombre de la máscara oculta al benefactor o al villano, al punto que nos importa más arrancarle la máscara, para saberlo todo y afianzar nuestra sospecha, o quizá prefiramos vivir en el juego de la duda, más acogedor que el de la verdad deslumbrante y que hiere. Con el paso del tiempo la máscara termina por hacerse plural -las hay quirúrgicas, patrióticas, animosas, de pura acedía y elegantes- y procurará el arte de la pandemia. Habrá un antes y un después de la máscara -y relegada que lo sea, volverá el equilibrio fascinante de la nariz de Domitia que guarda el pliegue avellanado de su labio; y los áticos pómulos de las mujeres bellas dibujados en arco firme en simetría hacia el mentón-. Volverán las cartografías de los hombres y mujeres que retienen el aliento vital tras un algodón o gasa que les recuerda el milagro de vivir.